Cartel en una manifestación con el lema "No nos representan" |
Quizás fue el grito más repetido
durante las manifestaciones y asambleas del 15M, se llegaron a publicar varios
artículos y, al menos, un libro con este título. Este grito, que resonó y
resuena en las calles y plazas de España, se identificó con un sentimiento de
desapego, de desafección de una buena parte de los ciudadanos con un sistema
que se supone democrático pero que presenta serios rasgos autocráticos.
La corrupción evidente de parte
de la clase política, el comportamiento de
los partidos tradicionales, los recortes indiscriminados, la bajada
generalizada de los salarios, el incremento del paro a cifras siderales y el
resto de la larga lista de las consecuencias de la crisis económica que han
traído consigo un aumento inusitado de la desigualdad social, ha incrementado
el descontento de la gente hasta límites que yo no había visto antes, y ya no
soy un niño, mis ojos ya han visto más de una crisis.
Al mismo tiempo, la gente se ha
dado cuenta de que sólo se solicita la opinión del ciudadano cada cuatro años.
En elecciones en las que los partidos concurren con programas cerrados en
listas cerradas encerrados en un paquete completo que aceptas o no.
Con todo eso no es lo peor, lo
peor es que ese paquete cerrado ofrecido no se cumple, raro es el gobierno en
sus tres niveles – nacional, autonómico y municipal – que cumple algún apartado
de lo prometido, de manera que los programas electorales son meros
acompañamientos de los discursos electorales, pocos los leen y nadie se los cree,
da la sensación de que si no se escribieran no pasaría nada, tan sólo forman
parte del paisaje electoral como los mítines – otra tradición que ha perdido el
sentido salvo para conectar con el telediario de las nueve de la noche –, la
pegada de carteles o las pegatinas. Eso si te dicen que la culpa no es suya,
que es a su pesar, que toman medidas impopulares, que no siguen su programa
porque las circunstancias, el bien general o Bruselas así lo exigen.
Y durante toda la legislatura se
toman decisiones sin contar con los que van a sufrirlas, no se admiten
reclamaciones, no se toma en cuenta ningún intento de iniciativa legislativa popular.
Nadie sabe – al contrario de lo que pasa en otros países – cómo dirigirse a los
diputados o senadores de su provincia para que escuchen y ayuden a resolver
problemas, mientras los grupos de presión saben bien a qué despachos acudir y
en qué salas de espera esperar para arrimar el ascua a su sardina. Ya dejarán
que votemos al cuarto año para revalidar los hechos consumados de la legislatura. Momento
en el que volverán a proponer un paquete cerrado en una lista cerrada. O todo o
nada.
Eso en un mundo en el que cada
vez más se tienen en cuenta las preferencias de cada hijo de vecino cuando se
trata de venderte algo. Dices “me gusta” a un sinfín de preguntas cada día,
estás muy retratado en las redes sociales en perfiles que marcan tus
preferencias, los robots en Internet averiguan tus gustos y te presentan
ofertas a tu medida, sin embargo, estas herramientas no se utilizan cuando se
trata de la oferta política. Cuando se trata de política se percibe una enorme
sordera. Y los ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, ven el contraste. Si no
me escuchan, piensan, es porque no quieren.
Ante tal dejación en la
representatividad de los representantes de la nación quién puede extrañarse de
que un grupo importante de la población sienta que no se les representa desde
las Cortes, desde los parlamentos autonómicos y desde los concejos. Y esa falta
de fe en las instituciones se refleja en una tendencia clara a la abstención.
La idea de representación trae
consigo a la idea de una persona o grupos de personas que actúan en nombre de
otras para lo que existe algún tipo de acuerdo entre ellos. Y la existencia de
esta figura de la representación es tributaria de algún tipo de necesidad o de
utilidad, en el caso de la política porque, dado el gran número de personas a
representar, ya no vivimos en las antiguas polis griegas en las que funcionaban
relativamente bien fórmulas de democracia directa (1), es muy complicado resolver los problemas del
día a día mediante asambleas.
En las democracias, es tu voto el
que marca ese nexo entre representante y representado, debería tomar forma con
el programa electoral que para algunos teóricos es como un contrato de
representación y toma cuerpo cuando se proclama al candidato y se convierte en
representante. Este nexo que une al representante y los representados no solo liga a los primeros con los que le
han votado sino con todos los votantes de una circunscripción territorial le
hayan votado o no y esto, el cargo electo, debería tenerlo en cuenta, no hasta
el punto de traicionar a su programa electoral pero sí a los efectos de que
cada vez que tome una decisión lo haga efectivamente pensando en todos. Yo personalmente
tengo la sospecha de que esto ocurre en pocas ocasiones y, muy a menudo, se oye
a los representantes hablar sólo para sus votantes cuando no ofender
directamente a los colectivos que no les votaron. En reciprocidad, los no
votantes no suelen sentirse representados por ellos.
Pero sigamos, hagamos un poco de
historia, tan sólo unos párrafos. Hay que situar el origen de la representación
en las asambleas estamentales medievales que asistían y aconsejaban al monarca.
Los representantes lo eran de los distintos estamentos sociales para
salvaguarda de sus respectivos intereses y privilegios y había una vinculación
inequívoca, la relación entre representante y representado era un mandato
imperativo.
En la era moderna, los monarcas
absolutos redujeron a las antiguas asambleas a su mínima expresión, a excepción
quizás de Inglaterra, y con ellas el sentido de la representación.
Los regímenes liberales que
fueron surgiendo a partir de finales del siglo XVIII trajeron la idea de la
soberanía nacional y, a partir de ella, se configuraron nuevos parlamentos en
los que sus miembros, los representantes de la nación, eran los que ejercían la
voluntad nacional. Es curioso que estos
señores ejercieran la voluntad nacional siendo elegidos por sufragio censitario
(2), es decir, por
unos pocos privilegiados. De todas formas se había dado un paso adelante pues
la soberanía ya no residía en un único señor, el soberano.
En el régimen liberal la
representación era libre, también llamada mandato representativo, que excluía
la posibilidad de mandato imperativo, es decir, no estaba lastrada por
compromisos ni limitaciones de los representados. Aunque el hecho de que hubiera
una relación tan cercana entre representante y representados – al fin y al cabo
un pequeño grupo de influyentes ciudadanos - implicaba que el cargo electo
tampoco podía hacer lo que diera la gana sino que estaba mediatizado por los
intereses de los que le habían mandado hasta allí.
El advenimiento de los regímenes
democráticos que extendieron – a caballo entre el siglo XIX y XX – el sufragio
de censitario a universal (3)
provocó que la representación viniera a cargarse de un sentido más
participativo y pluralista. Pero eso en la teoría, con el paso del tiempo, la
irrupción de los partidos políticos en la vida pública, hasta el punto de
controlar en la práctica los procesos de producción de la representación, hizo que el representante llegara a serlo por
el apoyo de la maquinaria del partido, lo que trajo consigo el dilema de a
quien hacer caso. Si al partido, al que le debía disciplina, o al ciudadano, al
que le debía la representación.
Dilema que en estos convulsos
tiempos todos sabemos hacia donde se ha resuelto. Todos hemos visto cómo los
jefes de los grupos parlamentarios utilizan signos para indicar en que sentido
hay que votar y hemos asistido a situaciones en las que, cuando el asunto ha
afectado a la conciencia de algún diputado o senador con conciencia, ha tenido
que abonar alguna multa por romper la disciplina de voto.
Esta representación de tipo
jurídico-política produce poder. Dado que vivimos en una monarquía
parlamentaria, todo el poder viene del parlamento. Nuestros representantes
eligen al presidente del Gobierno y éste elige a los ministros. Y el Gobierno
acumula mucho poder. Gobierna, recauda, distribuye dinero y recursos, dirige a
la administración, a las fuerzas armadas y a las fuerzas de seguridad, tiene la
iniciativa legislativa y la potestad reglamentaria (4). Nuestros representantes eligen, en su
totalidad o en parte, a las directivas de los Órganos Constitucionales que
dirigen todos los demás aspectos de la vida pública desde el Tribunal
Constitucional (5)
a Consejo General del Poder Judicial (6), promulgan las leyes por las que nos regimos, aprueban los
presupuestos del Estado que pueden sernos beneficiosos o beneficiar a los de
siempre, establecen impuestos y tasas que pueden ser redistributivos o
abusivos, en definitiva, todo pasa por las manos de esos representantes que,
según muchos perciben, no nos representan.
Eso en el ámbito nacional, pero
el escenario se repite a escala menor en el ámbito autonómico, en el
municipal y, subiendo la escala, en el
ámbito europeo.
Esa percepción de que no nos
representan desemboca en que muchos caigan en el desánimo y piensen que para qué
votar, si no estás invitado a la fiesta. Muchas personas piensan que no tiene
ningún sentido votar.
Cada cuatro años las cámaras se
renuevan, nos consultan, se convocan elecciones, al menos nos queda eso. Porque,
a pesar de todo, a mí me sigue gustando ir a votar, quizás porque yo vi como
mis padres no podían hacerlo, fui un niño del franquismo. Entiendo que para mí
y muchos de mi generación el hecho de votar tenga un valor sentimental que no
poseen o padecen las generaciones siguientes, nacidas en la democracia. Y puedo
entender las razones de los que se abstienen, ¿cómo no comprenderla después de
todo lo que he escrito en los párrafos anteriores?.
Quedarse en casa en día de las
elecciones puede hacer sentirte como alguien que da un portazo a la clase política
y al sistema y se queda a gusto.
Otros pueden pensar – y en cierto
modo no les falta razón – que cuanta menos participación el sistema tiene menos
legitimidad y se puede soñar con que esa falta de legitimación lleve al
colapso. Está por ver que eso del colapso sea una buena idea, pues cuando cae
un sistema caen muchos justos por pecadores y a veces la historia nos enseña
que más de una vez la situación se estabiliza en nuevo sistema que no es mejor
que el anterior. Además los sistemas políticos
tienen bien desarrollado el instinto de conservación, son a prueba de bombas,
tardan mucho en colapsar.
Otros más opinan que todos los
partidos son iguales, ¿qué más da entonces a quién votar?, aunque quizás sean
iguales porque no los renovamos, a lo mejor tendríamos que aventurarnos a votar
a otros antes de tomar el complicado camino de las barricadas.
Todo esto lo entiendo. Pero
cuando, como hemos visto, se acumula tanto poder, ¿es racional no dar nuestra opinión?. Cuando nos
quejamos de que no se nos consulta y que solo se nos pide refrendo una vez cada
cuatro años, ¿no es lógico hacerlo cuando nos dejan?, ¿tiene sentido otorgar la razón mediante el
silencio?. ¿No se estará frotando las manos más de uno pensando en los
porcentajes de abstención?.
Y es que la abstención no sirve a
los efectos electorales. No indica nada, no tiene dueños, por eso hay tantos
que intentan apropiársela, es muy fácil, si no se ha votado a nadie puedo
reclamar el voto como mío. Ya he visto muchas veces ese tipo de reivindicaciones
– desde el anarquismo hasta la extrema derecha - que no llevan a ninguna parte,
desde luego a la Carrera de San Jerónimo (7) no.
Para empezar el resultado de las
elecciones no se vería afectado aunque tan sólo votara el 10%, sería el
resultado de aplicar la fórmula electoral (8) a los votos válidos. Es más, por milagros de
esa fórmula la abstención favorece a los partidos mayoritarios.
En mi artículo “El
Discreto Encanto de la Abstención…”, hice un pequeño experimento que
cualquiera puede realizar. Me armé de una hoja de cálculo Excel y de un
simulador de la Ley D’Hondt
(9) y me puse a
estudiar cómo influiría en unos resultados electorales una disminución de la abstención. Basándome
en las últimas elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid aumenté los
porcentajes de participación, manteniendo los porcentajes de los mayoritarios y
distribuyendo ese voto añadido entre los demás partidos se obtuvo una
disminución significativa de los escaños asignados a los dos grandes partidos.
No se puede terminar sin hablar
del voto en blanco. Por supuesto es una opción legítima del elector. El voto en
blanco es otra forma de expresar a la clase política la desafección a una forma
de hacer política. Aceptas el sistema democrático y te molestas en ir al
colegio electoral, pero es igualmente inútil. Es más, en cierto sentido es más
perjudicial que la
abstención. El voto en blanco cuenta a la hora de establecer
la participación, pero también a la hora de calcular la barrera electoral (10). El número mínimo de
votos para obtener diputado se obtiene calculando el 3% del número total de
votos en la circunscripción y ahí los votos en blanco elevan el valor que se
obtiene. Por otra parte, el voto en blanco no se cuenta a la hora de repartir
los escaños, no hay escaños en blanco, se ocupan todos. Al elevar el número de
votos mínimo para entrar en el parlamento perjudicas a los partidos pequeños y
beneficias a los grandes que tienen menos competencia para repartirse los votos
válidos.
La abstención me recuerda a una
frase que decía mi madre cuando yo me enfadaba con ella y hacía algo para
castigarla pero que en realidad me castigaba más a mí que a ella, cosas como “ahora ya no juego” o “ya no te dibujo más”. En estos casos mi
madre me decía con tono burlón “Eso,
¡para que se fastidie mi capitán hoy no como rancho (11)!”. Humildemente pienso que el que
tiene ese sentimiento de desafección a la política y lo materializa en la
abstención con el fin de castigar a la clase política se está castigando a sí
mismo, vamos que no comes rancho pero al capitán le da igual.
Ellos no lo dicen pero el lema
electoral real de ciertos partidos es “vótame
y, si no, abstente”. El verdadero castigo para los que no cumplen es votar
a otros (12),
porque les das donde más les duele, en la representación, de donde hemos visto
que surge todo el poder. Y si cada vez que incumplen de manera manifiesta un
programa político no les revalidáramos nuestra confianza ya procurarían cumplir
en la siguiente ocasión. Entonces se reduciría esa enorme diferencia entre lo
que prometen y lo que cumplen, lo exijan las circunstancias, el bien general o
Bruselas.
En los próximos días tenemos unas
elecciones ojalá nos apliquemos el cuento.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
Notas:
- Por cierto en la constitución de Atenas, la más conocida y admirada de la antigüedad, había órganos representativos, no sólo funcionaba la asamblea de ciudadanos. Ver Democracia Ateniense
- Sufragio censitario o sufragio restringido fue un sistema electoral, vigente en diversos países occidentales entre fines del siglo XVIII y el siglo XIX, basado en la dotación del derecho a voto sólo a la parte de la población que contara con ciertas características precisas (económicas, sociales o educacionales) que le permitiera estar inscrita en un "censo electoral". El sufragio censitario se contrapone al sufragio universal, que no establece condiciones salvo mayoría de edad y la ciudadanía (aunque hasta el siglo XX estaba limitado al sufragio masculino).
- El sufragio universal consiste en el derecho a voto de toda la población adulta de un Estado, independientemente de su raza, sexo, creencias o condición social. Habitualmente se entiende de forma más concreta, en el sentido de más ligado a la extensión del voto a la población adulta femenina.
- La potestad reglamentaria es la capacidad del poder ejecutivo de dictar normas generales de rango inferior a las leyes, por lo común en desarrollo o aplicación de éstas.
- El Tribunal Constitucional de España o TC es el órgano constitucional que ejerce la función de supremo intérprete de la Constitución Española de 1978
- El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), según el artículo 122 de la Constitución Española, es el órgano de gobierno del Poder Judicial de España. Su principal función es velar por la garantía de la independencia de los jueces y magistrados frente a los demás poderes del Estado.
- La Carrera de San Jerónimo es la calle de Madrid en la que está ubicada la sede del Congreso de los Diputados.
- La fórmula electoral es el cálculo matemático mediante el cual, en una votación, se distribuyen los escaños de una asamblea en función de los votos del electorado.
- La Ley d’Hondt es la fórmula electoral que se aplica en España
- La barrera electoral o legal, también conocida como cláusula de barrera, o umbral electoral, es en política la proporción mínima de votos que necesita una lista electoral para que pueda conseguir asientos o representantes en el parlamento u órgano similar; o también, la cantidad mínima para que un partido pueda actuar en las comisiones parlamentarias. El objetivo de la cláusula es evitar la fragmentación parlamentaria.
- Rancho, según el diccionario de la Real Academia, en su primera acepción significa: Comida que se hace para muchos en común, y que generalmente se reduce a un solo guisado; p. ej., la que se da a los soldados y a los presos.
- Si el lector desea conocer las agrupaciones políticas que concurren a las elecciones europeas de 2014 puede pulsar en el siguiente enlace:
Bibliografía:
Vallés I. y Bosch A.
Sistemas Electorales y Gobierno
Representativo
Editorial Ariel
Barcelona 1997
Delgado, I. y López Nieto I.
Comportamiento Político, Partidos
y Grupos de Presión
UNED
Madrid 2004