El poeta Horacio |
Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci
Quien mezcle lo placentero
con lo útil,
Ganará la aprobación de todos
Ars Poetica, 343
Horacio
La prudencia es incluso más
apreciable que la filosofía;
de ella nacen todas las demás
virtudes,
porque enseña que no es
posible vivir feliz sin
vivir sensata, honesta y
justamente , ni vivir sensata,
honesta y justamente sin
vivir feliz. Las virtudes, en efecto,
están unidas a la vida feliz
y el vivir feliz es inseparable de ellas
Carta a Meneceo, Diogenes Laercio, Vitae
Philosophorum Libro X Epicuro
Hay personas que a los cincuenta
o a los cuarenta e incluso, algún adelantado a los treinta, pega un cambiazo a
su existencia, sin encomendarse a Dios o al diablo, y rompe con todo. Y ese
romper con todo deja muchos damnificados por el camino por lo que la búsqueda
de la felicidad, el pensar que no se ha disfrutado de la vida lo suficiente y
ya no nos queda tanto, el imaginar que si hubiera hecho esto en vez de lo otro
les habría ido mucho mejor y que todavía se está a tiempo de enmendarlo,
provoca la infelicidad de otros y, por ende, se acaba volviendo en contra del que
busca el cambio, terminando por no ser feliz tampoco.
Este caso lo he visto muchas
veces, sobre todo, cuando trabajaba en el Servicio Exterior. Muchas personas
desaparecían de repente, como dice el tópico, se iban en busca de una cajetilla
de tabaco y no volvían. Esto provocaba un continuo goteo de procedimientos de
búsqueda de ciudadanos por todo el mundo, personas a las que si localizabas
tenías que preguntarle si deseaba ser encontrado o no, pues forma parte de la
libertad personal el hecho de querer ser localizado. Era difícil encontrarles,
el mundo es muy grande y hay muchos rincones en donde esconderse del pasado,
pero cuando los localizabas un buen número de ellos no querían saber nada de
familiares y amigos.
Y qué decir de aquellos que
directamente vivían en los filos de la navaja abandonados a las bajas pasiones,
malditos de literatura maldita que acababan en guetos, hospitales de
beneficencia – que la seguridad social es invento de pocos países –, en
prisiones infernales o en alguna sórdida morgue tercermundista, de cuerpo
presente, a la espera de que pudiéramos repatriar su cadáver.
Muchos piensan que no hay
manuales de uso en esto del vivir pero creo sinceramente que se equivocan,
manuales hay, sería muy inocente pensar que entre todos los que nos
antecedieron en este planeta nadie hubiera escrito recetas. El problema no es
ése, sistemas éticos hay muchos, el problema es elegir uno, que te vaya bien y,
sobre todo, seguirlo. Pues la moral es como las dietas, lo difícil es seguirlas
y sobre todo mantenerse sin volver a engordar.
Siempre que veía casos como estos,
sobre todo de los más desesperados, me acordaba del concepto de “aurea mediocritas” del gran poeta romano
Horacio (1) que perteneció a una época en la que la
filosofía estaba concebida como el arte de saber vivir. Y conocer un poco de
esta filosofía, en una época confusa como la que vivimos en que parece que la
ética cristiana que ha regido nuestras vidas en los últimos veinte siglos está
en crisis pero todavía no se ha sustituido por otra, puede ser resultar útil.
Si lo pensamos bien, aquella época también era confusa, con los viejos dioses
paganos en crisis pero sin ser sustituidos todavía por una nueva moral.
El padre de Horacio me cae bien,
fue un liberto que dio a su hijo la mejor educación que pudo, en Roma,
gramática y retórica y, a los 20 años de edad, le pagó sus estudios de
filosofía en la Academia de Atenas (2) que era como hoy
enviar a tu hijo a estudiar economía a Harvard. Después de elegir mal el bando
en la guerra civil que estalló después del asesinato de Julio César, Horacio consiguió
un trabajo de escribano, es decir empleado de oficina, un puesto que – aunque
humilde - le permitió practicar la poesía, en la que poco a poco se fue
haciendo un nombre, hasta que su fama llegó a oídos del ministro de Cesar
Augusto, Cayo Mecenas (3). Mecenas llegó a
convertirse en su protector y amigo íntimo que obsequió a Horacio con una vida
regalada hasta el fin de sus días lo que le permitió dedicarse por completo a
redactar sus obras. Como también hiciera lo mismo con el otro gran poeta
romano, Virgilio (4), y otros muchos
artistas, se llama mecenas a todo aquel filántropo que favorece a las artes y
las letras gracias a su peculio.
Horacio es famoso por muchas
cosas pero, sobre todo, por tres temas primordiales en su poesía que han tenido
una enorme influencia en la literatura universal, fundamentalmente en el
Renacimiento. En primer lugar el “beatus
ille” (5), que
es el elogio de una vida retirada del mundanal ruido que tanto impresionó a
nuestro Fray Luis de León (6).
En segundo término, el “carpe diem” (7), famoso por la película el “Club de los Poetas Muertos”, que es la
invitación a gozar del momento, a aprovechar el tiempo de la juventud y por
último el “aurea mediocritas” que nos
ocupa.
Muchas veces “aurea mediocritas” se traduce por dorada
medianía o dorada mediocridad pero creo que no es una buena traducción dado que
en castellano, medianía y mediocridad tienen un significado peyorativo que raya
con vulgar o de mala calidad y no era este el sentido de la frase original,
sino dorado punto medio o dorado término medio. Es el intento de alcanzar un deseado
punto medio entre los extremos, un estado ideal en el que no se llega al exceso
ni a la virtud sino a la justa medida de ambos, conformándose con lo que uno
tiene y no dejándose llevar por las emociones desproporcionadas ni por pasiones
de esas que crecen en el bajo vientre. Es encontrar la felicidad a tu lado, en
las cosas pequeñas, sin emprender viajes sin retorno o de muy difícil regreso
como los que emprendían aquellos ciudadanos que tanto trabajo me daban en mis
tiempos del Servicio Exterior.
Todo esto está relacionado con
una escuela filosófica que Horacio estudió en la Academia y de la que se hizo
destacado seguidor: el epicureísmo.
Es éste un sistema filosófico completo cuya principal figura fue Epicuro de Samos (8).
Para Epicuro el principio de la
verdad reside en la sensación, esto
es, aquello que no es lo sentido, es decir el objeto o la materia que se toca o
se ve, ni tampoco la fuente del sentir, es decir el pensamiento o la mente con
lo que se analiza lo observado. Es una imagen situada entre ambos extremos -
otra vez el concepto de punto medio - que es particular en sí. Yo a estas
alturas de la civilización lo llamaría percepción.
Es muy de agradecer el intento de
Epicuro por tranquilizar a aquellos que, como yo mismo, no afrontamos la idea
de la propia muerte con mucha valentía y no acabamos de creernos ciertas
promesas de salvación. Epicuro definió la muerte como la carencia de toda
sensación, por tanto, consideraba absurdo preocuparse por un trance físico
caracterizado por la más absoluta insensibilidad. Yo lo veo algo así como para
qué vas a preocuparte de la muerte si no vas a salir vivo de ella.
Del mismo modo, nuestro filósofo
arremetió contra la superstición, contra los infiernos que nos esperan del otro
lado, contra los dioses estúpidos o vengativos, todo lo cual, no le hizo
especialmente popular entre los que viven de este tipo de comercios.
Casi todas las escuelas
filosóficas que surgieron en Atenas después de la muerte de Sócrates anduvieron
dándole vueltas al concepto de placer o gozo, este concepto para los epicúreos
es muy moderado y está en la base del “aurea
mediocritas” horaciano.
Como primera definición los
epicúreos nos dicen que el placer es la ausencia de dolor. No es ni bueno ni
malo, simplemente existe, lo bueno y lo malo del placer reside en cómo se busca
y hasta dónde se llega para conseguirlo. Para estos señores el placer no es el
goce activo de esto o aquello, sino la serenidad derivada de no desear
desordenadamente. El ejemplo que siempre se da para ilustrar esto es que para
nuestro amigo samita el verdadero goce es no tener hambre y no el acto de
comer.
Esto puede parecer una tontería
pero es bastante profundo. Los antecesores de los epicúreos en esto de
filosofar, los hedonistas o cirenaicos, mantenían justo lo contrario,
restringían el goce al instante en que se producía el acto agradable de forma que sólo
se podía ser feliz en momentos concretos y, claro, si lo pensáis un poco esto
lleva a callejones sin salida pues, si quieres ser feliz más allá del instante
placentero, o bien te dedicas a la búsqueda de placeres continuos con lo que
acabas en la molicie, o bien caes en un pesimismo extremo derivado del hecho de
que eres feliz una parte infinitesimal del tiempo de tu vida.
De lo primero podría ser representante
el marqués de Sade (9), o al menos su
leyenda, que preconizaba el “egoísmo integral” consistente en que cada quien
debe hacer lo que le plazca, y nadie tiene otra ley que la de su placer. No sé
a otros pero a él no parece que le fuera muy bien, ya que pasó buena parte de
su vida en la cárcel o en el manicomio. De lo segundo fue abanderado el
filósofo Hegesías (10), de la escuela
cirenaica, quien convencido de que
los goces positivos eran ínfimos en comparación con las miserias de la vida,
preconizó la indiferencia total hacia la existencia. Cierto
escrito suyo sobre el suicidio le valió ser llamado “abogado de la muerte” y Ptolomeo II filadelfo (11) prohibió sus
lecciones en Alejandría por la gran cantidad de seguidores que se quitaban la
vida.
En cambio, las lecciones de
Epicuro, son un canto a la
vida. Si el goce no está constreñido por el acto gozoso
entonces todo es puro placer una vez expurgado de dolor o, en otras palabras,
el placer constituye el estado permanente y general de la sensación. Por lo
tanto la vida es bella y si es así, ¿quién puede pensar en suicidarse o en
abandonarse hasta la autodestrucción?.
El hedonismo de Epicuro no es un
abandono al placer momentáneo sino un sereno cálculo mediante la razón, un
manual de usuario para vivir en armonía que queda bien retratado en la poesía
de Horacio y que, como manual que es, nos provee de clasificaciones con las que
reconocer nuestros deseos e instrucciones detalladas para conducirnos con
sabiduría, prudencia y dominio de uno mismo.
Así para nuestro filósofo, los
deseos pueden ser naturales y necesarios
– que son las necesidades básicas como la alimentación, el abrigo y la
seguridad -, otros deseos son los naturales
e innecesarios – como por ejemplo la conversación amena, la sexualidad y la
contemplación y disfrute de las artes – y, por último, tenemos los deseos innaturales e innecesarios – entre los
que Epicuro señala la fama, el prestigio social, el poder político y dinerario
-.
En su manual de usuario del
vivir, Epicuro recomendó que se deben satisfacer los deseos naturales
necesarios de la forma más económica posible y perseguir los deseos naturales
innecesarios hasta la satisfacción de nuestro corazón pero sin egoísmos pues el
mayor placer es darnos a los demás.
Recomendó también que no se debe
arriesgar la salud, la amistad, el amor o la economía en la búsqueda de los
deseos innecesarios pues, a pesar del placer inherente, éste es efímero y
conduce al sufrimiento futuro, ya que todos los extremos son inconvenientes y
el exceso de placer se convierte en vicio y no hay vicio sin dependencia y
falta de libertad.
Si se aprende a distinguir
verdaderamente lo que es el placer, Epicuro nos asegura que se vivirán muchos
momentos de felicidad. El final del
camino, el estado epicúreo de perfección es la indolencia. Claro, dicho así suena raro, pues en
español el sentido de la palabra indolencia es sinónimo de pereza, de no hacer
nada, por lo que hay que ir a la etimología de la palabra, es decir, ausencia
de dolor. La ausencia de dolor o indolencia constituye el bien supremo y la
meta de la vida humana.
En esto básicamente consiste lo
que Epicuro enseñó y que Horacio puso en su poesía casi trescientos años
después. Y nosotros contemplamos a Horacio
con una rara vigencia desde dos mil años de distancia. Es una filosofía
optimista y positiva para pasearnos por este, como decía mi madre, valle de
lágrimas que es la vida y tratar de convertirlo en un valle sin lágrimas. No
digo yo que se siga a pies juntillas, no soy quién para recomendar a nadie cómo
se debe comportar, bastante tengo con conducirme yo mismo, pero es una opción
interesante y ahí queda. Además, me encantan los latinajos y éste es especialmente sonoro: “aurea
mediocritas”.
Juan Carlos
Barajas Martínez
Sociólogo
La
muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal residen en la
sensación y la muerte es privación de los sentidos. Por lo cual el recto
conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad
de la vida, no porque añada una temporalidad infinita sino porque elimina el
ansia de inmortalidad.
Carta a Meneceo, Diogenes Laercio, Vitae
Philosophorum, Libro X Epicuro
Epicuro de Samos |
Notas:
- Quinto Horacio Flaco (en latín Quintus Horatius Flaccus) (Venusia, hoy Venosa, Basilicata, 8 de diciembre de 65 a. C. – Roma, 27 de noviembre de 8 a. C.), fue el principal poeta lírico y satírico en lengua latina.
- La Academia de Atenas o Academia platónica fue una escuela filosófica fundada por Platón cerca del 388 a. C. en los jardines de Academo y clausurada por el emperador Justiniano, después de haber sido refundada, en el año 529. Dedicada a investigar y a profundizar en el conocimiento, en ella se desarrolló todo el trabajo matemático de la época. También se enseñó medicina, retórica o astronomía. Sin embargo, su inclinación por los estudios matemáticos, le llevó a poner en el frontispicio de la Academia, la siguiente inscripción: "Aquí no entra nadie que no sepa geometría". Puede ser considerada como un antecedente de las universidades.
- Cayo Cilnio Mecenas (en latín Gaius Cilnius Maecenas) (circa 70-8 a. C.), noble romano de origen etrusco, confidente y consejero político de Cayo Octavio Turino, más adelante conocido como César Augusto. Fue también un importante impulsor de las artes, protector de jóvenes talentos de la poesía y amigo de destacados autores como Virgilio y Horacio. Su dedicación artística acabó por hacer de su nombre, Mecenas, un sinónimo de aquel que fomenta y patrocina las actividades artísticas desinteresadamente.
- Publio Virgilio Marón (Andes, actual Virgilio, cerca de Mantua, en la Región X, Venetia, hoy Lombardía italiana, 15 de octubre de 70 a. C. – Brundisium, actual Brindisi, 21 de septiembre de 19 a. C.), más conocido por su nomen, Virgilio, fue un poeta romano, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas. En la obra de Dante Alighieri, La Divina Comedia, fue su guía a través del Infierno y del Purgatorio.
- Beatus ille es una expresión latina que se traduce como «Dichoso aquel (que...)», y con ella se hace referencia a la alabanza de la vida sencilla y desprendida del campo frente a la vida de la ciudad. La temática del beatus ille es una de las cuatro aspiraciones del hombre del Renacimiento, que son: el beatus ille, el carpe diem («atrapa el día»), el locus amoenus («lugar ameno», idealización de la realidad) y el tempus fugit («tiempo que corre») y la consciencia de ello.
Esta expresión
proviene de unos versos del poeta romano Horacio:
Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca
gens mortalium
paterna rura
bubus exercet suis,
solutus omni
faenore,
neque
excitatur classico miles truci
neque horret
iratum mare,
forumque
vitat et superba civium
potentiorum
limina.
Dichoso aquél que lejos de los negocios,
como la antigua raza de los hombres,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con
sus propios bueyes,
libre de toda deuda,
y no se despierta como los soldados con el toque de
diana amenazador,
ni tiene miedo a los ataques del mar,
que evita el foro y los soberbios palacios
de los ciudadanos poderosos».
Horacio, Epodos, 2, 1.1
- Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527 o 15282 – Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 23 de agosto3 de 1591) fue un poeta, humanista y religioso agustino español de la Escuela salmantina. Fray Luis de León es uno de los escritores más importantes de la segunda fase del Renacimiento español junto con Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera y San Juan de la Cruz. Su obra forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para poder alcanzar lo prometido por Dios, identificado con la paz y el conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra.
7. Carpe diem es una
locución latina que literalmente significa 'toma el día', que quiere decir
'aprovecha el momento', en el sentido de no malgastarlo. Fue acuñada por el
poeta romano Horacio
(Odas, I, 11):
Carpe diem, quam minimum credula postero
"aprovecha el día, no confíes en el mañana"
"aprovecha el día, no confíes en el mañana"
- Epicuro (Samos, aproximadamente 341 a. C. - Atenas, 270 a. C.) fue un filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo). Los aspectos más destacados de su doctrina son el hedonismo racional y el atomismo.
- Donatien Alphonse François de Sade, conocido por su título de marqués de Sade (París, 2 de junio de 1740-Charenton-Saint-Maurice, Val-de-Marne, 2 de diciembre de 1814), fue un filósofo y escritor francés, autor de Los crímenes del amor, Aline y Valcour y otras numerosas novelas, cuentos, ensayos y piezas de teatro. También le son atribuidas Justine o los infortunios de la virtud, Juliette o las prosperidades del vicio, Las 120 jornadas de Sodoma y La filosofía en el tocador, entre otras. En sus obras son característicos los antihéroes, protagonistas de violaciones y de disertaciones en las que, mediante sofismas, justifican sus actos. La expresión de un ateísmo radical, además de la descripción de parafilias y actos de violencia, son los temas más recurrentes de sus escritos, en los que prima la idea del triunfo del vicio sobre la virtud.
- Hegesias de Cirene, llamado Peisithanatos, filósofo de la escuela cirenaica, nacido hacia el año 300 a. C. Estudió con Anniceris o Anníceres y sostenía que, si los cirenaicos sostienen que la finalidad de la vida es la satisfacción del propio placer, esto conducía inevitablemente al pesimismo, ya que los placeres de la vida son pocos y muchos más los dolores, incierto el conocimiento y todos los eventos son dominados por la fortuna, el azar, la inseguridad, la impersonal fuerza del destino fatal.
- Ptolomeo II Filadelfo, «el que ama a su hermana» (308–246 a. C.), fue el segundo faraón de la dinastía ptolemaica; gobernó en Egipto de 285 a 246 a. C.
Bibliografía:
Antonio Escohotado Espinosa
Filosofía y Metodología de las
Ciencias Sociales
3ª Edición
UNED
Madrid 1999
Anthony Long
La Filosofía Helenística
Alianza Universidad
Madrid 1997
Luis Antonio de Villena
Decadencias, Vivir con Horacio