jueves, 16 de septiembre de 2021

El complicado perdón entre las naciones


 

Cuando en España se dice “meterse en un jardín”, se hace referencia al hecho de que te has buscado complicaciones sin un motivo que lo justifique, de manera alegre, desinteresada o inconsciente. Lo digo porque tengo muchos seguidores en Latinoamérica y es posible que el objeto de este escrito pueda levantar alguna que otra ampolla, es posible entonces que me esté metiendo en un jardín, pero creo que es bueno debatir civilizadamente y explicar la postura mayoritaria en este lado del Atlántico sobre el asunto controvertido de si España ha de pedir perdón a los países que una vez fueron parte de los territorios de la monarquía hispánica.

Hace bien poco, durante su toma de posesión y delante del rey de España, el presidente de Perú – Pedro Castillo – cargó contra la monarquía hispánica por el período colonial, culpándole de los males estructurales de su país. Hace unos tres años, poco después de su estreno como presidente de México, Antonio Manuel López Obrador – AMLO para los amigos -, pidió en una carta que España pidiera perdón a los indígenas mexicanos por las fechorías cometidas durante el virreinato.

Ambas cuestiones están relacionadas, el argumento es que el virreinato fue una institución opresora y España o su rey deben pedir perdón por ello, o en versiones más extremas e interesadas, que se devuelva el oro sustraído; digo extrema porque a ver quién le echa un galgo a un oro que se perdió hace tanto y que nosotros ni queremos ni podemos pagar.

Es este un tema recurrente entre parte de Iberoamérica y España, sobre todo en algunos países con fuerte presencia indígena, la cuestión surge una y otra vez. Los latinos exigen y los españoles pasan. Yo mismo, cuando he viajado por esos pagos, he recibido alguna que otra andanada sobre mi posible relación con los desmanes de antaño.

El que el virreinato fue opresor es una cuestión en la que no voy a entrar, tengo mis dudas de que los virreyes de América fueran más opresores que sus homólogos de España, pero como los colonialismos son malos por definición admitiremos que fue una institución opresora sin discutir, aunque – para no quedarme nada en el tintero - no parece que el colonialismo español fuera de los peores.

Me voy a fijar en la cuestión del perdón. El acto de perdonar tiene dos fases: la petición del perdón y la acción de perdonar. En la primera parte, alguien que ha perjudicado solicita al ofendido que suprima, o al menos remita, la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa dolosa. Y he aquí el problema, esta solicitud es libre e individual, la petición de perdón de una nación a otra por fechorías del pasado es difícil de materializar, pues hay que convertir una acción individual en colectiva.

Perdonar también es libre e individual, cada uno – según le viene en gana – puede reducir o borrar la culpa del ofensor. Que yo sepa, solo Dios quita culpas por obligación, siempre que se siga el procedimiento adecuado, que para eso Él es muy Suyo.

No creo siquiera que el rey de España tenga en sus manos la representatividad para pedir perdón, entre otras cosas porque nadie la elegido ni para eso, ni para ninguna otra cuestión, heredó el negocio de su padre. Pasados los tiempos en los que la soberanía era otorgada directamente por Dios, la única razón de la existencia de la monarquía es la tradición, sacralizada por una parte importante de la población española que constituye su base social.

Es más, dudo mucho que, cuando algún canciller alemán o primer ministro belga han perdido perdón a otros pueblos por terribles fechorías en tiempos históricos mucho más recientes, tuvieran la representatividad de sus ciudadanos. Estos hechos son gestos políticos, más o menos moralizantes, pero sin contenido real.

Pero si no veo muy claro cómo alguien puede tener la representatividad de pedir perdón por una nación, tampoco creo que nadie esté en condiciones de perdonar por todo un pueblo. ¿Quién admitiría las disculpas del rey? ¿López Obrador? ¿algún líder indígena?  ¿realmente las instituciones de las repúblicas iberoamericanas permiten un nivel tal de organización y autonomía a las poblaciones originarias?

Tengo que decir que a mí no me importa pedir perdón, si causo algún mal – usualmente por descuido o ignorancia – no tengo inconveniente en excusarme, pues yo he sido el responsable del perjuicio. Si piso a alguien en el metro pido perdón al instante, otra cosa, es que pida perdón al nieto de la persona a la que mi abuelo pisó en el metro en 1942, no me siento concernido por esta acción pasada, porque entonces tendría que admitir que la culpa se difunde por vía genética y que los pecados de los padres pasan a los hijos. Algo con lo que estoy en completo desacuerdo.

De todas las formas, supongamos que se pudiera pedir perdón de manera colectiva, y que algún representante de un pueblo pudiera pedir perdón a otro. Supongamos, que ya es mucho suponer, que ese representante fuera yo por voluntad divina o por el azar. ¿Pediría yo perdón en nombre de España?, pues no.

Esto no es una salida de tono de un nacionalista hiperventilado, es fruto de haberme hecho esta pregunta y de haberme contestado con una serie de argumentos que estoy dispuesto a compartir.

El primero es el argumento histórico. Y es que no se puede juzgar un período de tiempo pasado con la mentalidad actual. Es algo que a menudo dicen los historiadores, he oído incluso a alguno del prestigioso Colegio de México decirlo. En tiempos de la conquista, apenas saliendo de la Edad Media, no se había producido la ilustración, ni la revolución francesa, ni la declaración de los derechos del hombre, ni se había constituido el Tribunal de la Haya, ni existía el concepto de genocidio ni muchos otros hechos históricos que han configurado nuestra ideología actual. Quiere decirse que no había las cortapisas ideológicas actuales para evitar animaladas. En este caso no es que la ignorancia de la ley no impida su cumplimiento, es que no existía tal ley.

En consonancia con el párrafo anterior está el argumento recurrente. Si el argumento histórico no fuera válido, España – la del siglo XXI – podría pedirles cuentas a Italia, Túnez o el Líbano – todas también del siglo XXI – por los crímenes y saqueos cometidos por los romanos, cartagineses y fenicios, antes de que el buen Jesucristo naciera y pusiera el año cero en el calendario. Podríamos acabar exigiendo perdones los unos a los otros sin fin; en Europa tras siglos de guerras, tendríamos un lío importante, a lo peor volvíamos a tiempos más oscuros.

Mi tercer argumento es jurídico. Ni España existía como Estado en los siglos XV y XVI, ni México, ni Perú, ni siquiera existían los pueblos indígenas tal y como son ahora, los indígenas de entonces no son los pueblos originarios de ahora como los italianos no son romanos, han pasado 500 años. Si no existían como Estado, no se les puede pedir responsabilidades desde un punto de vista jurídico.

El siguiente argumento es el genético. Los actuales habitantes de estas repúblicas, mestizos o criollos, son descendientes de aquellos españoles que fueron a la conquista de nuevas tierras. Los españoles actuales, descienden de los españoles de entonces que se quedaron en la península Ibérica. Si fuera cierto que la culpa se hereda entre generaciones, algo que me parece absurdo, mayor responsabilidad deberían tener los latinoamericanos actuales.

Por último, está el argumento pragmático. Algunos historiadores cuentan que, con la independencia, la población indígena empeoró sus condiciones de vida, en algunas repúblicas hubo una gran represión. En cualquier caso, desde este lado del océano no se advierte, según la información que nos alcanza, una mejora en las condiciones sociales de estos pueblos. Han pasado 200 años y ya han tenido suficiente tiempo para solucionar los males estructurales que según el Sr. Castillo les dejó el virreinato. A lo mejor, mirando al pasado (y mira que me gusta la historia) hacia sociedades que ya no existen o pidiendo disculpas a la antigua potencia colonial o con gestos inútiles que no conducen a nada salvo a distraer la atención, no se solucionan los problemas estructurales. A lo mejor hay que pensar entre todos en cómo afrontar el futuro desde la igualdad y la cooperación entre los pueblos.

No obstante lo dicho en todo este artículo, si un amigo mexicano (que los tengo) me dijera que necesitaba que le pidiera perdón a él por las consecuencias de la conquista (cosa que no veo a ninguno de ellos haciendo), yo se lo pediría sin pensar en quién tiene la culpa, porque sería mi responsabilidad que se sintiera bien y porque soy dueño de pedir perdón por mí mismo y no por los demás. Sin embargo, no espero ni necesito que ningún amigo francés (que también los tengo) se disculpe conmigo, ni siquiera a Macron (este no es amigo mío) porque mira que fueron cabrones los franceses durante la guerra de la Independencia hace 200 años.

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo