martes, 25 de marzo de 2025

Constructivismo social

 

Berger y Luckmann

 

Resumen

El constructivismo social ha emergido como una de las perspectivas más influyentes en las ciencias sociales contemporáneas, aunque su enseñanza y clasificación dentro de las corrientes sociológicas tradicionales han sido problemáticas. Su capacidad de infiltrarse en múltiples disciplinas, desde la sociología cultural hasta la economía, ha sido su mayor fortaleza y, al mismo tiempo, la razón de su esquiva identidad teórica.

Desde sus orígenes en la fenomenología, el interaccionismo simbólico y la sociología del conocimiento, el constructivismo ha planteado que la realidad no es un hecho dado, sino el producto de interacciones y acuerdos sociales. Berger y Luckmann formalizaron esta visión. Esta perspectiva ha sido clave para deconstruir categorías como género, raza o enfermedad, así como para entender fenómenos contemporáneos, desde la educación hasta la comunicación digital.

El constructivismo sigue siendo una herramienta epistemológica fundamental para interrogar la realidad y cuestionar lo que damos por hecho. Su verdadero legado no está en una escuela teórica unificada, sino en su capacidad para plantear una pregunta incómoda y siempre vigente: ¿qué realidad estamos construyendo y quién la define?

 

Abstract

Social constructivism has emerged as one of the most influential perspectives in contemporary social sciences, although its teaching and classification within traditional sociological currents have been problematic. Its ability to permeate multiple disciplines, from cultural sociology to economics, has been its greatest strength and, at the same time, the reason for its elusive theoretical identity. 

Rooted in phenomenology, symbolic interactionism, and the sociology of knowledge, constructivism argues that reality is not a given fact but the product of social interactions and agreements. Berger and Luckmann formalized this vision. This perspective has been key to deconstructing categories such as gender, race, or illness, as well as understanding contemporary phenomena ranging from education to digital communication. 

Constructivism remains a fundamental epistemological tool for interrogating reality and questioning what we take for granted. Its true legacy does not lie in a unified theoretical school but in its ability to pose an uncomfortable and ever-relevant question: What reality are we constructing, and who defines it?

Índice

  • Introducción
  • Orígenes
  • Bases Teóricas
  • La sociedad como construcción dialéctica
  • Implicaciones
  • Críticas

 

Introducción

Cuando estudiaba sociología, el constructivismo nunca ocupó un lugar propio en los temarios, a diferencia del funcionalismo, la sociología crítica o el interaccionismo. Aparecía, sí, pero diluido como herramienta metodológica en estudios aplicados o como comentario al margen en análisis de género, ciencia o cultura. Tampoco la bibliografía lo rescataba: en los manuales clásicos aparecía repartido por el texto e, incluso en la Enciclopedia de la Sociología, apenas merecía una página. Era un fantasma teórico omnipresente en las discusiones contemporáneas, pero imposible de fijar en un capítulo.

Para entenderlo, había que reconstruirlo como un Frankenstein sociológico. Un poco de Foucault (1) aquí, un párrafo de Berger (2) y Luckmann (3) allá, una nota al pie sobre Goffman (4)(5). Esta fragmentación generaba —y genera— una paradoja: ¿cómo algo tan central para la sociología actual puede ser tan esquivo en su enseñanza?

La respuesta está en su naturaleza antiesencialista. A diferencia del funcionalismo —con sus axiomas sobre el orden social o el marxismo —con su dialéctica materialista—, el constructivismo no es un sistema, sino un método de sospecha. Su objetivo es desmontar lo que parece natural: la raza como biología, la enfermedad como dato neutral, el género como esencia, el dinero como objeto ahistórico. Al revelar su raíz social y negociada, se infiltra en todos los campos, pero se resiste a ser encerrado en uno propio.

Esta ambigüedad no es un fracaso, sino su triunfo. Mientras el funcionalismo se estancó en su rigidez, el constructivismo mutó, se introdujo en la sociología cultural, los estudios poscoloniales e incluso la economía. Su texto fundacional —La construcción social de la realidad (1966)— no creó una escuela, sino un virus epistemológico: la idea de que hasta lo más objetivo (como un diagnóstico médico o una moneda) es un artefacto social.

Pero aquí yace la paradoja: su éxito como crítica lo condena al ostracismo pedagógico. Al rechazar dogmas, elude definiciones estáticas; al fragmentarse en mil aplicaciones, se vuelve irreconocible como teoría unificada. Así se explica la angustia del estudiante para aprenderlo: debe rastrearlo en los márgenes de la sociología médica, en los análisis foucaultianos del poder o en las etnografías de Latour sobre laboratorios.

¿Cómo resolver esta tensión? No clasificándolo como "escuela", su legado no está en manuales, sino en una pregunta incómoda: ¿Qué realidad damos por hecha, y quién la construyó?

 

Orígenes

El constructivismo social sostiene que la realidad no es un hecho dado, objetivo o fijo, sino una construcción activa creada por individuos y sociedades a través de la interacción, la comunicación y la atribución de significados. Según este enfoque, lo que consideramos «real» depende de acuerdos sociales y contextos culturales, lo que desafía radicalmente las visiones esencialistas (como la biología como destino) y objetivistas (como la economía clásica, que ve el mercado como ley natural). Esto no significa que se niegue la existencia del mundo material, sino que se enfatiza la manera en que lo interpretamos y lo dotamos de significado.

Para hacerse una idea de lo revolucionario de este pensamiento, el lector puede imaginar decirle a alguien en 1950 que el género, la raza o incluso una enfermedad no son «hechos naturales», sino que tienen mucho de artefacto social negociado históricamente. Probablemente te habrían mirado como a un loco... o algo peor. Para llegar a un planteamiento de este alcance —y que la gente no se te echara encima— fue necesario que otros autores allanaran el camino. La idea de la construcción social de la realidad fue el fruto de un diálogo entre varias tradiciones teóricas, entre las que destacan la fenomenología, el interaccionismo simbólico y la sociología del conocimiento.

La fenomenología de Husserl (6) y, en su versión sociológica, la propuesta por Schutz (7)(8), exploró cómo la experiencia humana se estructura a través de significados compartidos. El interaccionismo simbólico, desarrollado en la primera mitad del siglo XX por George H. Mead (9)(10), demostró que incluso las instituciones más sólidas se basan en interacciones cotidianas entre individuos cargadas de contenido simbólico. Por su parte, Karl Mannheim y otros teóricos de la sociología del conocimiento estudiaron cómo el conocimiento está influenciado por su contexto social e histórico, sentando las bases para entender cómo las realidades se construyen socialmente.

El salto final se produjo en 1966, cuando Berger y Luckmann proclamaron que «la realidad se construye socialmente» en su obra homónima.

 

Bases Teóricas

Para construir esa realidad negociada, Berger y Luckmann proponen un proceso dialéctico en tres etapas: externalización, objetivación e internalización.

En la externalización, las personas proyectan en el mundo social sus ideas, valores y prácticas (por ejemplo, cuando un grupo crea una norma no escrita como "respetar la fila del supermercado".

Durante la objetivación, las proyecciones externalizadas adquieren vida propia y son percibidas como hechos objetivos independientes (la fila ya no es una costumbre, sino "algo que siempre ha existido y debe cumplirse").

Por último, en la internalización, los individuos asimilan estas realidades objetivadas y las integran en su propia comprensión del mundo (un niño aprende que saltarse la fila es "malo", sin cuestionar por qué).

Este proceso no es lineal, sino un ciclo constante, lo que internalizamos hoy (por ejemplo, usar mascarillas durante una pandemia) mañana puede externalizarse como una nueva norma. Al ser un proceso continuo, las construcciones sociales no son estáticas: cambian con el tiempo en respuesta a circunstancias emergentes, interacciones renovadas y contextos históricos específicos. Es lo que podríamos llamar la historicidad de la realidad, la idea de que incluso lo que percibimos como inmutable está sujeto a replanteamientos.

El papel del lenguaje es primordial: es una herramienta fundamental en la construcción de la realidad, ya que permite la comunicación de significados y la creación de categorías compartidas. El lenguaje no es un mero instrumento de comunicación, sino la estructura simbólica que sostiene, modela y transforma la realidad social.

Berger y Luckmann señalan que el lenguaje presenta las siguientes funciones: constructor de significados, soporte para las instituciones sociales, instrumento de poder y motor de la transformación social.

Es un constructor de significados en cuanto transforma experiencias subjetivas y prácticas colectivas en objetos simbólicos compartidos. Sin él, conceptos abstractos como justicia, tiempo o identidad carecerían de existencia social.

Las instituciones sociales (leyes, mercados, sistemas políticos) dependen del lenguaje para su existencia y legitimidad. Este proceso implica, por un lado, una objetivación: el lenguaje convierte normas abstractas en hechos sociales (ej.: contrato como promesa jurídicamente vinculante). Y, por otro lado, una transmisión intergeneracional: conceptos como patrimonio o ciudadanía se heredan mediante narrativas lingüísticas que los naturalizan. Un caso paradigmático es el de los Estados nacionales, cuya existencia se fundamenta en relatos históricos, constituciones escritas y símbolos (himnos, banderas) transmitidos verbalmente.

El lenguaje no es neutral, refleja y reproduce relaciones de poder. Quien controla el discurso, define los límites de lo aceptable mediante categorización y jerarquización. Mediante categorización social ya que términos como ilegal vs. refugiado, o terrorismo vs. resistencia, legitiman acciones políticas. Con la naturalización de las jerarquías, expresiones como los roles de género o la ley del mercado enmascaran construcciones culturales como fenómenos inevitables. Dado el papel que representa el lenguaje en la teoría constructivista, y el éxito de esta idea en la segunda mitad del siglo XX, todos los movimientos sociales buscan apropiarse del discurso dominante.

Por último, el lenguaje es un motor del cambio social. En un momento histórico determinado, el lenguaje la reconfigura y, al mismo tiempo, una vez se ha impuesto esa nueva versión de lo real, la estabiliza. Así que, desde un cierto punto de vista, los conflictos sociales suelen ser, en esencia, luchas por la definición. Ejemplos históricos de esto que decimos son la redefinición de los derechos humanos tras la Segunda Guerra Mundial o, más recientemente, los debates sobre la identidad de género y el sexo biológico.

La sociedad como construcción dialéctica

Como ya hemos señalado, el constructivismo social ha tenido una profunda influencia en las ciencias sociales. A continuación, destacamos algunas de sus repercusiones más transformadoras.

Crítica a las verdades absolutas: el constructivismo cuestiona la existencia de verdades universales y objetivas. Lo que llamamos "verdades" son acuerdos temporales, no reflejos de una realidad inmutable.

Énfasis en la agencia humana: aunque reconoce la influencia de las estructuras sociales, el constructivismo subraya el papel activo de los individuos en la creación y transformación de la realidad.

Deconstrucción de categorías sociales: ha sido fundamental para entender cómo categorías como el género y la raza no son hechos biológicos, sino construcciones sociales.

Impacto en la educación y la comunicación: el constructivismo ha transformado la comprensión del aprendizaje y la transmisión de significados. Ha impulsado, por ejemplo, pedagogías activas en las que el estudiante construye el conocimiento. Además, la forma en que se comparten contenidos en plataformas como Wikipedia refleja claramente su filosofía.

Relevancia en la era digital: en un mundo globalizado y conectado, que podríamos calificar como una "realidad beta permanente", el constructivismo permite analizar cómo las nuevas tecnologías y los medios de comunicación están redefiniendo las realidades sociales. Es una herramienta clave para comprender el impacto de las redes sociales, tanto en la creación de hiperrealidades —en el sentido planteado por Baudrillard (11) (12)— como en la configuración de identidades líquidas, ejemplificadas en los avatares que reconstruyen la personalidad en entornos virtuales.

 

Críticas

El constructivismo social ha revolucionado las ciencias sociales, pero su enfoque radical no está exento de cuestionamientos. Estas son algunas de las críticas más recurrentes, que invitan a un diálogo necesario sobre sus alcances y riesgos.

Algunos argumentan que el constructivismo puede derivar en un relativismo radical, donde todas las afirmaciones sobre la realidad serían igualmente válidas y ningún concepto u objeto —por más abstracto y puro que sea— escaparía a la categoría de convención social. Esta postura lleva a su crítica más mordaz: el relativismo autodestructivo. Si todo es una construcción social (incluidas nociones como justicia, verdad científica o derechos humanos), ¿qué impediría justificar atrocidades alegando que son simplemente "productos culturales"?

Otro cuestionamiento señala que el constructivismo a veces subestima el papel de las condiciones materiales y económicas en la configuración de la realidad. Críticos como David Harvey (13) sostienen que el constructivismo tiende a ignorar las restricciones materiales que limitan o condicionan las construcciones sociales. Por ejemplo, por mucho que el género sea una construcción, el parto o una enfermedad siguen siendo experiencias encarnadas. Existe, además, el riesgo de caer en un idealismo ingenuo: creer que cambiar el lenguaje —por ejemplo, decir “persona en situación de calle” en lugar de “mendigo”— basta para transformar realidades estructurales.

Desde el punto de vista metodológico, estudiar los procesos de construcción social implica una enorme complejidad analítica. Aplicar el constructivismo exige enfoques cualitativos que, aunque profundos, presentan desafíos como:

La dificultad para generalizar: si cada realidad es única, ¿cómo extraer patrones universales?

El sesgo del observador: el investigador, al interpretar significados, proyecta inevitablemente sus propias construcciones culturales.

La limitada escalabilidad: mientras el positivismo genera datos medibles, el constructivismo requiere años de inmersión. ¿Es viable este enfoque para diseñar políticas públicas urgentes?

El sociólogo Randall Collins (14) lo resumió con precisión: “El constructivismo nos dio un mapa para navegar significados, pero a veces olvidamos que el mapa no es el territorio”.

 

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo

 

Notas

  1. Michel Foucault, nacido como Paul-Michel Foucault (Poitiers, Francia, 15 de octubre de 1926-París, 25 de junio de 1984) fue un historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés. Fue profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France (1970-1984), en reemplazo de la cátedra de Historia del pensamiento filosófico, que ocupó hasta su muerte Jean Hyppolite.  Su trabajo ha influido en importantes personalidades de las ciencias sociales y las humanidades. Foucault es conocido principalmente por sus estudios críticos de las instituciones sociales, en especial la psiquiatría, la medicina, las ciencias humanas, el sistema de prisiones, así como por su trabajo sobre la historia de la sexualidad humana.
  2. Peter Ludwig Berger (Viena, Austria; 17 de marzo de 1929-Brookline, Massachusetts; 27 de junio de 2017)1 fue un teólogo luterano y sociólogo vienés. Fue director e investigador senior del Instituto de Cultura, Religión y Asuntos Mundiales de la Universidad de Boston. Fue conocido, sobre todo, por su obra La construcción social de la realidad: un tratado en la sociología del conocimiento (1966), que escribió junto con Thomas Luckmann.
  3. Thomas Luckmann (Jesenice, 14 de octubre de 1927-10 de mayo de 2016) fue un sociólogo alemán de origen esloveno. Sus campos de investigación principales fueron la sociología de la comunicación, sociología del conocimiento, sociología de la religión, y filosofía de la ciencia.
  4. Erving Goffman (11 de junio de 1922, Mannville, Alberta, Canadá-19 de noviembre de 1982, Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos) fue un sociólogo y escritor considerado como el padre de la microsociología. Estudió las unidades mínimas de interacción entre las personas centrándose siempre en grupos reducidos. Esto lo diferencia de la mayoría de estudios sociológicos que se habían realizado hasta el momento, siempre a gran escala. Goffman es uno de los sociólogos más importantes del siglo XX con Pierre Bourdieu, Max Weber, Durkheim o George H. Mead. Apoyándose en el trabajo de estos últimos, trató de profundizar en una sociología más interesada en los procesos micro-sociales de interacción. Su interés central como teórico del interaccionismo simbólico fue estudiar la influencia de los significados y los símbolos sobre la acción y la interacción humana.
  5. Para ampliar información sobre Goffman ver el artículo “El Interaccionismo Simbólico III: el Enfoque Dramatúrgico de Erving Goffman” en este mismo blog.
  6. Edmund Gustav Albrecht Husserl (Prossnitz, 8 de abril de 1859-Friburgo, 27 de abril de 1938) fue un filósofo y matemático alemán,[1] discípulo de Franz Brentano y Carl Stumpf, fundador de la fenomenología trascendental y, a través de ella, del movimiento fenomenológico, uno de los movimientos filosóficos más influyentes del siglo XX.
  7. Alfred Schütz (13 de abril de 1899 - 20 de mayo de 1959) sociólogo y filósofo austriaco, de origen judío, introductor de la fenomenología en las ciencias sociales. Nació en Viena, donde estudió leyes y economía con, entre otros, Hayek y von Mises. Exiliado desde 1933, llegó en 1939 a Estados Unidos, donde, pudo integrarse en la Nueva Escuela de Investigación Social de Nueva York. Se inspiró, entre otros, en Henri Bergson, en la escuela austríaca de economía y en el pensamiento de Edmund Husserl de quien fue discípulo directo.
  8. Para ampliar información sobre la fenomenología y Schütz ver el artículo “La Sociología Fenomenológica: Alfred Schütz” en este mismo blog.
  9. George H. Mead (27 de febrero de 1863 - 26 de abril de 1931), filósofo pragmático, sociólogo y psicólogo social estadounidense. Teórico del primer conductismo social, también llamado interaccionismo simbólico en el ámbito de la ciencia de la comunicación. Nació en South Hadley, Massachusetts. Cursó estudios en varias universidades de Estados Unidos y Europa e impartió clases en la Universidad de Chicago desde 1894 hasta su muerte. Con influencias de la teoría evolutiva y la naturaleza social de la experiencia y de la conducta, recalcó la emersión del yo y de la mente dentro del orden social y en el marco del simbolismo lingüístico que usan las personas para comunicarse (interaccionismo simbólico). A partir de la crítica al conductismo de J. B. Watson denominó su propia corriente como conductismo social. Pensaba que el yo surge por un proceso social en el que el organismo se cohíbe. Esta timidez es el resultado de la interacción del organismo con su ambiente, incluyendo la comunicación con otros organismos.
  10. Para ampliar información sobre el interaccionismo simbólico ver los artículos:  El Interaccionismo Simbólico I: George Herbert Mead”, El Interaccionismo Simbólico II: después de Mead”, El Interaccionismo Simbólico III: el Enfoque Dramatúrgico de Erving Goffman” en este mismo blog.
  11. Jean Baudrillard (Reims, 27 de julio de 1929-París, 6 de marzo de 2007) fue un filósofo y sociólogo francés, crítico de la cultura francesa. Su trabajo se relaciona con el análisis de la posmodernidad y la filosofía del postestructuralismo.
  12. Para ampliar información sobre Jean Baudrillard ver el artículo “La hiperrealidad de Baudrillard” en este mismo blog.
  13. David Harvey (31 de octubre de 1935 en Gillingham, Kent, Inglaterra) es un geógrafo y teórico social marxista británico. Desde 2001, es catedrático de Antropología y Geografía en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics. En 1997, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Buenos Aires.
  14. Randall Collins (nacido el 29 de julio de 1941) es un sociólogo estadounidense que ha sido influyente tanto en su enseñanza como en la escritura. Ha enseñado en muchas notables universidades de todo el mundo y sus trabajos académicos han sido traducidos a diversos idiomas. Collins es actualmente Profesor Emérito de Sociología en la Universidad de Pensilvania. Es un líder social contemporáneo cuyas áreas de especialización incluyen la macrosociología histórica de los cambios políticos y económicos; la microsociología, incluyendo la interacción cara-a-cara y la sociología de los intelectuales y de los conflictos sociales. Está considerado como uno de los principales estudiosos no marxistas de la teoría del conflicto en los Estados Unidos, y sirvió como presidente de la American Sociological Association de 2010 a 2011

 

Bibliografía

Berger Peter L. y Luckmann Thomas (2013). La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores

Swatos William H. (2007). Constructionism. The Blackwell Encyclopedia of Sociology. Blackwell Publishing

Hacking, I. (1999). The Social Construction of What? Harvard University Press

Castells, M. (1996). La era de la información: economía, sociedad y cultura" (Volumen 1: La sociedad red). Alianza Editorial.

Mancionis John J. y Plummer Ken (2005). Sociología. Pearson Educación

Ritzer George (2003). Teoría Sociológica Moderna. Mac Graw-Hill


martes, 18 de febrero de 2025

Un poco de luz acerca de MUFACE

 


Resumen

Los conflictos recurrentes entre el Gobierno y las aseguradoras privadas cada vez que expira un concierto ponen en el centro del debate público a la institución de MUFACE. Para que este debate sea serio y productivo, es indispensable un conocimiento mínimo del tema; sin embargo, en los medios se han difundido todo tipo de imprecisiones. Esta situación impide cualquier posibilidad de discusión rigurosa y, como resultado, no se logra abordar de manera coherente un problema que afecta a la seguridad sanitaria de toda la población, y no solo a los funcionarios.

Este artículo busca aclarar, de forma clara y concisa, qué es MUFACE, cuáles son los servicios que ofrece, cómo se financia y, a partir de ahí, permitir que cada persona —con un conocimiento adecuado del asunto— forme su propio juicio y desarrolle una opinión bien fundamentada. Solo así podremos fomentar un debate constructivo y avanzar hacia una solución.

Abstract

The recurring conflicts between the Government and private insurance companies whenever a contract expires place the MUFACE institution at the center of public debate. For this debate to be serious and productive, a minimum understanding of the subject is essential. However, the media have spread all kinds of inaccuracies. This situation prevents any possibility of a rigorous discussion and, as a result, makes it impossible to coherently address a problem that affects the healthcare security of the entire population, not just civil servants.

This article aims to clearly and concisely explain what MUFACE is, the services it provides, and how it is funded. From there, it seeks to enable everyone—armed with adequate knowledge of the matter—to form their own judgment and develop a well-founded opinion. Only in this way can we foster a constructive debate and move towards a solution.


Índice

  • ¿Qué es MUFACE?
  • El origen de MUFACE durante el esplendor del mutualismo
  • Servicios que ofrece
  • Los conciertos con las aseguradoras privadas
  • Posible incorporación de MUFACE al Régimen General de la Seguridad Social 


¿Qué es MUFACE?

MUFACE, cuyo nombre oficial es Mutualidad de Funcionarios de la Administración Civil del Estado, es un organismo público español encargado de gestionar prestaciones sociales y sanitarias para los funcionarios en activo de la Administración General del Estado (AGE), los jubilados y sus familiares; según los datos más recientes disponibles, MUFACE cuenta con aproximadamente 1,2 millones de afiliados.

Aunque MUFACE es la más conocida, no es la única mutualidad de este tipo. Para los miembros de las Fuerzas Armadas existe el Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS), y para los empleados de la administración de justicia, la Mutualidad General Judicial (MUGEJU). Ambos organismos comparten una estructura y un funcionamiento similares a los de MUFACE.

Al igual que la Seguridad Social, que se financia mediante las aportaciones de los trabajadores, las empresas y, en su caso, los Presupuestos Generales del Estado, MUFACE se financia con las aportaciones de los funcionarios y del Estado en su doble papel de empleador y garante cuando es necesario. En esencia, ambos sistemas siguen el mismo esquema: empleados, empleador (o empresa) y el Estado como respaldo subsidiario.

 

El origen de MUFACE durante el esplendor del mutualismo

MUFACE se creó en 1969, en un contexto en el que la existencia de mutualidades sectoriales era algo común. En España, ya existía una tradición de sistemas de protección social diferenciados para grupos profesionales específicos. Esta segmentación respondía tanto a las particularidades de cada sector como a la evolución histórica de la protección social en el país.

La protección social en España comenzó a desarrollarse a finales del siglo XIX y principios del XX, inicialmente a través de mutualidades y seguros privados. Estos sistemas estaban dirigidos a colectivos concretos, como trabajadores de ciertas industrias, funcionarios o profesionales liberales. En el caso de los funcionarios públicos, contaban desde el siglo XIX con un sistema de protección específico conocido como “Clases Pasivas”, que garantizaba pensiones y otras prestaciones a los empleados del Estado y sus familias.

En 1963, se creó el Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez (SOVI), que sentó las bases de la Seguridad Social moderna en España. Sin embargo, en el momento de la fundación de MUFACE, la Seguridad Social aún no ofrecía una cobertura universal y uniforme, lo que permitió que muchos colectivos, incluidos los funcionarios, mantuvieran sus propios sistemas de protección. En aquel entonces, el mutualismo no era la excepción, sino la norma.

A partir de la década de 1980, el sistema nacional de la Seguridad Social se fue universalizando, lo que llevó a la progresiva desaparición de muchas mutualidades. Sin embargo, MUFACE quedó fuera de este proceso, consolidándose como un régimen de seguridad social paralelo al sistema general.

 

Servicios que ofrece

MUFACE proporciona a sus afiliados tres tipos principales de asistencia: asistencia sanitaria, prestaciones económicas y ayudas sociales.

La asistencia sanitaria ofrecida por MUFACE tiene una cobertura muy similar a la que ofrece el Sistema Nacional de Salud(1). Esto significa que incluye los mismos servicios médicos, intervenciones quirúrgicas, pruebas diagnósticas, criterios de baja, lista de medicamentos subvencionados y demás prestaciones sanitarias, sin diferencias ni exclusiones adicionales.

En cuanto a las prestaciones económicas, MUFACE cubre parcialmente situaciones como incapacidad temporal, maternidad y paternidad, así como subsidios por riesgos laborales.

Por último, dentro de las ayudas sociales, los afiliados pueden acceder a subsidios para gastos funerarios, ayudas por nacimiento o adopción, entre otras prestaciones.

 

Los conciertos con las aseguradoras privadas

El Gobierno español convoca concursos periódicos —normalmente plurianuales— para la atención sanitaria de los funcionarios a través de aseguradoras privadas. Estos procesos, complejos y regulados, se ajustan a las normas de contratación pública.

El objetivo principal es seleccionar a una o varias aseguradoras privadas que brinden cobertura sanitaria a los funcionarios y sus familiares que optan por la modalidad privada en lugar de la asistencia sanitaria pública.

Este es, quizás, el aspecto más polémico del sistema, y lo es desde un doble enfoque. Por un lado, por las controversias que rodean el proceso de adjudicación del concurso, especialmente en lo relativo a la renovación de contratos y al equilibrio entre costes y calidad del servicio. Por otro, porque genera un debate social sobre el privilegio que supone para los funcionarios y sus familiares en un momento en el que el Estado de bienestar está en entredicho, las políticas públicas favorecen directa o indirectamente a la sanidad privada en detrimento de la pública, y el derecho a la sanidad universal es cuestionado desde posturas neoliberales.

Así, cada año, los afiliados a MUFACE pueden elegir entre los servicios de la sanidad pública y los ofrecidos por las entidades privadas que resultaron adjudicatarias en el concurso vigente. Si, por ejemplo, el concurso es ganado por tres aseguradoras, cada beneficiario dispondrá de cuatro opciones, aunque deberá seleccionar una y solo una de ellas.

Durante ese período, el afiliado recibe atención sanitaria a través del equipo médico y los hospitales asociados a la aseguradora elegida. En casos excepcionales —muy raros, dado que los hospitales privados están cada vez mejor dotados—, si la aseguradora no pudiera proporcionar la atención requerida, un hospital público actuaría de manera subsidiaria. No obstante, los gastos derivados correrían a cargo de la entidad aseguradora.

Se pueden describir las ventajas e inconvenientes que esta situación supone para los afiliados a MUFACE, aunque siempre desde una perspectiva subjetiva. Lo que para algunos puede ser una ventaja, para otros puede representar una desventaja, y en muchos casos no existen datos concretos que permitan fundamentar afirmaciones objetivas.

Entre las ventajas de optar por la vía privada, destaca en primer lugar la aparente facilidad para elegir médico. Además, se percibe que las listas de espera son menos frecuentes y, si existen, son más cortas. Otra ventaja es la posibilidad de acudir directamente al especialista sin necesidad de pasar por el médico de familia, lo que, si bien no está claro si es beneficioso para la salud y para la eficiencia del sistema, sin duda agiliza el proceso. Los hospitales privados suelen estar mejor equipados para atender a los familiares y, por lo general, disponen de habitaciones individuales. Por último, los afiliados pueden elegir entre la sanidad pública y varias aseguradoras privadas, lo que les permite seleccionar la opción que mejor se adapte a sus necesidades personales o geográficas. En general, lo que más se valora es la rapidez en la atención médica no urgente que ofrece la sanidad privada.

Entre las desventajas de la vía privada, los afiliados a MUFACE suelen destacar que, fuera de Madrid y de las grandes ciudades, los equipos médicos y los hospitales privados son menos numerosos. En algunas provincias, apenas hay especialistas privados en determinadas áreas, lo que supone un problema para los afiliados que eligen esta opción, ya que no siempre se reside en Madrid; también es un problema cuando el beneficiario se desplaza de su lugar de residencia ya la enfermedad puede surgir en cualquier lugar.

Relacionado con lo anterior, en caso de urgencia, el paciente debe ser trasladado a un hospital concertado con la aseguradora elegida. De lo contrario, una vez superada la urgencia y siempre que la causa de la atención médica no pertenezca a una lista de razones tasadas, el afiliado deberá hacerse cargo de los gastos incurridos.

Además, existe una percepción generalizada de que, aunque las aseguradoras ofrecen una amplia gama de servicios, algunos tratamientos o especialidades pueden no estar cubiertos, lo que obliga a los afiliados a recurrir a la sanidad pública en ciertos casos. Cuando esto ocurre, suele ser después de que los tratamientos privados no hayan surtido efecto y se hayan agotado las opciones disponibles. Esto representa un claro perjuicio para la salud del asegurado porque el alargamiento en la detección de un diagnóstico adecuado suele provocar problemas graves y sinsabores físicos y anímicos.

 

Posible incorporación de MUFACE al Régimen General de la Seguridad Social

Las convocatorias realizadas para la renovación del concierto a finales de 2024 han quedado desiertas, y el Gobierno se ha visto obligado a realizar una nueva convocatoria. Parece existir un riesgo real de que la negociación no prospere y haya que trasladar a los beneficiarios de MUFACE que, en su momento, eligieron una aseguradora privada al Sistema Nacional de Salud.

Dicho traslado no debería realizarse como consecuencia de una ruptura de negociaciones, sino como fruto de una decisión política consensuada por la sociedad española (2). Es precisamente de esta manera rápida e irreflexiva como no se debería actuar.

La decisión de trasladar a los afiliados de MUFACE al Sistema Nacional de Salud implicaría la incorporación repentina —en los meses siguientes a la ruptura de las negociaciones— de 1.200.000 personas a la sanidad pública. De ellas, se estima que 800.000 se integrarían en la Comunidad de Madrid. Esta situación supondría una carga enorme para los servicios médicos públicos, que no parecen estar preparados para asumirla, en gran parte debido a las políticas sanitarias deficientes de los gobiernos autonómicos, entre los que destaca, por méritos propios, el de la mencionada Comunidad de Madrid.

Además, surgen preguntas cruciales: ¿qué pasará con los pacientes que están en pleno tratamiento, atendidos por médicos que conocen su evolución? ¿O con aquellos que esperan una intervención quirúrgica? ¿Cómo afectará a los enfermos que ya dependen de la Seguridad Social pública, que de repente tendrán que "competir" por recursos con los recién incorporados?

Todos los problemas de organización en la sanidad pública dejan un rastro de víctimas. Los recortes presupuestarios, los cambios de políticas, la falta de recursos, la masificación de los servicios y las decisiones basadas en principios ideológicos —que, aunque puedan ser legítimos en su intención, no se acompañan de medidas presupuestarias adecuadas, una planificación realista ni objetivos claros— representan un grave riesgo para la salud pública.

Además, si MUFACE se integrara en el régimen general de la Seguridad Social, el presunto agravio comparativo derivado de la posibilidad de elegir seguros privados seguiría existiendo en aquellas mutualidades que no enfrentan problemas en la renovación de sus respectivos concursos.

Por ello, lo primero es debatir con honestidad si resulta más justo y eficiente unificar a todos los trabajadores bajo un único sistema de protección o, por el contrario, mantener el statu quo. Si se concluye que la unificación es la mejor opción, no debería esperarse a un conflicto que deje solo nueve meses para la transición.

En su lugar, debería aprovecharse un período completo del convenio para diseñar un plan de trabajo e implementar los cambios de manera gradual. Una estrategia viable, siguiendo el ejemplo de casos similares —como el de la gestión de las pensiones de los funcionarios mediante las clases pasivas—, sería aplicar el criterio de extinción progresiva de los colectivos a partir de una fecha determinada. De este modo, la transición se llevaría a cabo de forma escalonada, permitiendo que las personas más afectadas por el cambio permanezcan dentro del concierto hasta la desaparición paulatina de dicho grupo.

 

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo y funcionario de la AGE

 

Notas

  1. La Seguridad Social en España cubre la extracción de muelas en casos necesarios, especialmente si hay infección, caries avanzada o riesgo para la salud del paciente. Sin embargo, la cobertura es limitada y suele centrarse en extracciones de urgencia o necesarias por razones médicas. La Seguridad Social también cubre la atención psicológica y psiquiátrica con ciertas limitaciones. MUFACE no cubre directamente la odontología ni la psicología, ofrece ayudas puntuales.
  2. Ya de paso, puestos a igualar la cobertura, esto debería aplicarse a todas las prestaciones. Se podría corregir el hecho de que los jubilados de MUFACE paguen un 20% más por los medicamentos que los pensionistas del Régimen General, y que las pensiones de los jubilados que aún se rigen por el cálculo de las Clases Pasivas de la AGE se determinen de la misma manera que las del resto de los pensionistas.