Quizás sea por los cuatro años, de 1972 a
1976, que pasé estudiando bachillerato en un colegio de curas expuesto a dosis
grandes de liturgia y dogma, o bien,
tal vez sea por los relatos de la historia sagrada que me leía mi madre, devota
de la Esperanza Macarena, antes de que yo aprendiera a leer, o a lo mejor, por
el ambiente general nacionalcatólico de la España de mi niñez, el caso es que
las historias de santos siempre me han llamado mucho la atención
.
En los primeros años de mi vida, el
pensamiento mágico de los niños me hacía ver en aquellas historias prodigiosas
relatos poderosos, en los que los buenos disponían de facultades sobrenaturales,
en las que creía firmemente, para ganar a los malos o para contribuir al bien común o a la cristiandad, que entonces venían a ser más o menos lo mismo.
Esas habilidades no las veía en la calle, ni
en las personas que me rodeaban salvo en mi
padre. Que era un superhéroe sin
capa que lo mismo cambiaba una bombilla que no lucía - subiéndose en una
enorme escalera con un desprecio total de su seguridad personal - por otra que
daba luz mágicamente; que conducía nuestro “cuatro latas” hasta las playas de
Levante sin descanso , atravesando mil pueblos que obstinadamente se ponían en
medio de la carretera; o que cuidaba de mi madre enferma con un amor insuperable.
El resto era gente normal. Para más inri mi madre siempre decía que su marido
era un santo, con lo que todo se explicaba.
En cierto modo, en mi primera infancia
situaba lo sobrenatural en el pasado, de manos de los prodigiosos santos de la
Iglesia y, un poco más mayor, situé lo prodigioso en el futuro de la mano de
una ciencia que estaba por llegar; que todavía era ficción. Santos y Jedis, buena receta.
Muchos años más tarde, después de mucho
estudio, de mucho aprendizaje, de muchas experiencias malas y buenas, de
levantarse el Sol por las mañanas y acostarse por las tardes, de convertirme
por tanto en un señor serio, escéptico, científico, tecnólogo y tecnófilo,
mantenía esa curiosidad infantiloide
por las vidas de los santos y sus magníficos milagros y sacrificios. Tenía
muchas ganas de escribir sobre ello, pero no encontraba una forma de dirigirme
a esas historias sin que un rubor de
escepticismo me detuviera la mano ante el teclado.
Hasta que leí a José Saramago (1), concretamente “El Evangelio según Jesucristo” y
“Caín”. En estas novelas, el autor portugués se enfrenta a la historia sagrada
desde un punto de vista que para mí resultó tremendamente novedoso. Contaba los
hechos sagrados dándolos por hechos consumados tal y como aparecen en las
Escrituras y los novelaba con originalidad. Saramago crea una trastienda del
relato oficial que tiene la misma validez lógica que el original, pero mucha
más ironía y, por supuesto, la envuelve en un halo de la modernidad que contrasta
con la antigüedad del texto en el que está basándose.
Esta técnica de acercamiento de Samarago a
los asuntos religiosos se parece mucho al principio
de la sobreidentificación, si es que no lo es descaradamente. Se trata de
renunciar a la distancia con una determinada ideología e identificarse tanto
con ella que la tomas más en serio que el mismo sistema ideológico sería capaz
de hacerlo.
El sociólogo y filósofo esloveno Zizek (2) parte
de la idea de que una ideología cualquiera – política o religiosa - contiene
dos partes, los valores explícitos,
propagados por el sistema de propaganda y su cara oculta, es decir, todos aquellos elementos ideológicos que
contradicen el dogma pero que están reprimidos, callados, convertidos en tabú,
o simplemente, ocultos bajo la capa de normalidad que tienen las cosas que te
enseñan desde que eres niño. En ese contexto, afirmar estos aspectos callados
de la ideología y hacerlo de forma convincente es una herramienta crítica
divertida y potente.
Y lo es porque de repente aparece en el texto
una reducción al absurdo que
enfrenta directamente a lo afirmado oficialmente con lo irracional. Y ante esto
caben pocas reacciones. Puedes reírte por aquello del humor de lo absurdo o te
puedes cabrear si eres un creyente de la ideología, cuyo empecinamiento deja
poco lugar para el sentido del humor. En cualquier caso, nadie queda
indiferente, porque muy lerdo tienes que ser si no te das cuenta de la
contradicción.
Así, con esta herramienta de la
sobreidentificación, me he acercado la hagiografía
como ejercicio de redacción y con buen humor, sin ánimo de ofender a nadie,
aunque sin duda alguien lo hará. Y es que hay gente sin humor, a la que siempre
le queda el recurso de dejar de leer lo que le molesta y dedicarse a otra cosa.
Hay mucho que leer y una vida muy corta para hacerlo.
Pueden creerme si afirmo que no busco
ofender, yo no soy creyente, pero entro en las iglesias con más respeto que la
mayoría de los fieles, precisamente porque no me siento en mi casa. Y es que,
en general, las personas educadas nos comportamos mejor en la casa ajena que en
la propia.
Sin embargo, estas historias también me
pertenecen, en ellas sí que estoy como en casa, una casa cuya decoración no he
elegido, pero que he heredado de mis mayores.
No me siento católico, pero lo soy culturalmente, tampoco he apostatado,
así que me permito el lujo de un acercamiento jocoso y crítico desde mi
posición de católico no practicante que, como dice un amigo mío, es tanto como
decir vegetariano no practicante.
Además, si no hubiera perdido la fe, tampoco
me importaría mucho ver parte de mi confesión sobreidentificada, pues hay que
entender que estas historias tienen siglos de antigüedad, que provienen de una
época en la que la humanidad no había renunciado aún al pensamiento mágico bajo
peso de la evidencia del conocimiento.
Por todas estas razones he escrito
hagiografías a mi manera, siguiendo el principio de sobreidentificación. Me he
divertido mucho escribiéndolas y espero que el que quiera leerlas se lo pasé tan
bien como yo, adentrándose en un mundo en el que la idea de Dios marcaba todos los ritmos
y medía todas las cosas, un mundo que hace mucho que se perdió… A Dios gracias.
Estas historias las tengo colgadas en mi
microblog, el blog hermano pequeño de Sociología Divertida, que
di en llamar Micro Sociología
Divertida, en la colección de relatos que se llaman “De Martirologios y Milagros”, pues ambos conceptos, el martirio y el milagro,
son las dos principales fuentes de la santidad.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
Notas:
- José de Sousa Saramago (Azinhaga, 16 de noviembre de 1922-Tías, 18 de junio de 2010) fue un escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués. En 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía».
- Slavoj Žižek (Acerca de este sonido /ˈslavoj ˈʒiʒɛk/ (?·i) Liubliana, 21 de marzo de 1949) es un filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno. Es director internacional del Instituto Birkbeck de Humanidades de la Universidad de Londres.
Bibliografía:
Manual de Guerrilla de la Comunicación
Grupo Autónomo a.f.r.i.k.a
Luther Bisset y Sonja Brünzets
Virus Editorial
Barcelona 2006