domingo, 13 de octubre de 2019

Saramago, Zizek, la sobreidentificación y todos los santos



Quizás sea por los cuatro años, de 1972 a 1976, que pasé estudiando bachillerato en un colegio de curas expuesto a dosis grandes de liturgia y dogma, o bien, tal vez sea por los relatos de la historia sagrada que me leía mi madre, devota de la Esperanza Macarena, antes de que yo aprendiera a leer, o a lo mejor, por el ambiente general nacionalcatólico de la España de mi niñez, el caso es que las historias de santos siempre me han llamado mucho la atención
.
En los primeros años de mi vida, el pensamiento mágico de los niños me hacía ver en aquellas historias prodigiosas relatos poderosos, en los que los buenos disponían de facultades sobrenaturales, en las que creía firmemente, para ganar a los malos o para contribuir al bien común o a la cristiandad, que entonces venían a ser más o menos lo mismo.

Esas habilidades no las veía en la calle, ni en las personas que me rodeaban salvo en mi padre. Que era un superhéroe sin capa que lo mismo cambiaba una bombilla que no lucía - subiéndose en una enorme escalera con un desprecio total de su seguridad personal - por otra que daba luz mágicamente; que conducía nuestro “cuatro latas” hasta las playas de Levante sin descanso , atravesando mil pueblos que obstinadamente se ponían en medio de la carretera; o que cuidaba de mi madre enferma con un amor insuperable. El resto era gente normal. Para más inri mi madre siempre decía que su marido era un santo, con lo que todo se explicaba.

En cierto modo, en mi primera infancia situaba lo sobrenatural en el pasado, de manos de los prodigiosos santos de la Iglesia y, un poco más mayor, situé lo prodigioso en el futuro de la mano de una ciencia que estaba por llegar; que todavía era ficción. Santos y Jedis, buena receta.

Muchos años más tarde, después de mucho estudio, de mucho aprendizaje, de muchas experiencias malas y buenas, de levantarse el Sol por las mañanas y acostarse por las tardes, de convertirme por tanto en un señor serio, escéptico, científico, tecnólogo y tecnófilo, mantenía esa curiosidad infantiloide por las vidas de los santos y sus magníficos milagros y sacrificios. Tenía muchas ganas de escribir sobre ello, pero no encontraba una forma de dirigirme a esas historias sin que un rubor de escepticismo me detuviera la mano ante el teclado.

Hasta que leí a José Saramago (1), concretamente “El Evangelio según Jesucristo” y “Caín”. En estas novelas, el autor portugués se enfrenta a la historia sagrada desde un punto de vista que para mí resultó tremendamente novedoso. Contaba los hechos sagrados dándolos por hechos consumados tal y como aparecen en las Escrituras y los novelaba con originalidad. Saramago crea una trastienda del relato oficial que tiene la misma validez lógica que el original, pero mucha más ironía y, por supuesto, la envuelve en un halo de la modernidad que contrasta con la antigüedad del texto en el que está basándose.

Esta técnica de acercamiento de Samarago a los asuntos religiosos se parece mucho al principio de la sobreidentificación, si es que no lo es descaradamente. Se trata de renunciar a la distancia con una determinada ideología e identificarse tanto con ella que la tomas más en serio que el mismo sistema ideológico sería capaz de hacerlo.

El sociólogo y filósofo esloveno Zizek (2) parte de la idea de que una ideología cualquiera – política o religiosa - contiene dos partes, los valores explícitos, propagados por el sistema de propaganda y su cara oculta, es decir, todos aquellos elementos ideológicos que contradicen el dogma pero que están reprimidos, callados, convertidos en tabú, o simplemente, ocultos bajo la capa de normalidad que tienen las cosas que te enseñan desde que eres niño. En ese contexto, afirmar estos aspectos callados de la ideología y hacerlo de forma convincente es una herramienta crítica divertida y potente.

Y lo es porque de repente aparece en el texto una reducción al absurdo que enfrenta directamente a lo afirmado oficialmente con lo irracional. Y ante esto caben pocas reacciones. Puedes reírte por aquello del humor de lo absurdo o te puedes cabrear si eres un creyente de la ideología, cuyo empecinamiento deja poco lugar para el sentido del humor. En cualquier caso, nadie queda indiferente, porque muy lerdo tienes que ser si no te das cuenta de la contradicción.

Así, con esta herramienta de la sobreidentificación, me he acercado la hagiografía como ejercicio de redacción y con buen humor, sin ánimo de ofender a nadie, aunque sin duda alguien lo hará. Y es que hay gente sin humor, a la que siempre le queda el recurso de dejar de leer lo que le molesta y dedicarse a otra cosa. Hay mucho que leer y una vida muy corta para hacerlo.

Pueden creerme si afirmo que no busco ofender, yo no soy creyente, pero entro en las iglesias con más respeto que la mayoría de los fieles, precisamente porque no me siento en mi casa. Y es que, en general, las personas educadas nos comportamos mejor en la casa ajena que en la propia.

Sin embargo, estas historias también me pertenecen, en ellas sí que estoy como en casa, una casa cuya decoración no he elegido, pero que he heredado de mis mayores.  No me siento católico, pero lo soy culturalmente, tampoco he apostatado, así que me permito el lujo de un acercamiento jocoso y crítico desde mi posición de católico no practicante que, como dice un amigo mío, es tanto como decir vegetariano no practicante.

Además, si no hubiera perdido la fe, tampoco me importaría mucho ver parte de mi confesión sobreidentificada, pues hay que entender que estas historias tienen siglos de antigüedad, que provienen de una época en la que la humanidad no había renunciado aún al pensamiento mágico bajo peso de la evidencia del conocimiento.

Por todas estas razones he escrito hagiografías a mi manera, siguiendo el principio de sobreidentificación. Me he divertido mucho escribiéndolas y espero que el que quiera leerlas se lo pasé tan bien como yo, adentrándose en un mundo en el que la idea de Dios marcaba todos los ritmos y medía todas las cosas, un mundo que hace mucho que se perdió… A Dios gracias.

Estas historias las tengo colgadas en mi microblog, el blog hermano pequeño de Sociología Divertida, que di en llamar Micro Sociología Divertida, en la colección de relatos que se llaman “De Martirologios y Milagros”, pues ambos conceptos, el martirio y el milagro, son las dos principales fuentes de la santidad.

Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


Notas:

  1. José de Sousa Saramago (Azinhaga, 16 de noviembre de 1922-Tías, 18 de junio de 2010) fue un escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués. En 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía». 
  2. Slavoj Žižek (Acerca de este sonido /ˈslavoj ˈʒiʒɛk/ (?·i) Liubliana, 21 de marzo de 1949) es un filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno. Es director internacional del Instituto Birkbeck de Humanidades de la Universidad de Londres.

Bibliografía:

Manual de Guerrilla de la Comunicación
Grupo Autónomo a.f.r.i.k.a
Luther Bisset y Sonja Brünzets
Virus Editorial
Barcelona 2006



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