domingo, 28 de julio de 2024

La comunidad imaginada y el neonacionalismo

Benedict Anderson

 Resumen

En un artículo anterior cuestioné – sin duda afectado por la cuestión catalana- la definición de nación desde la ciencia política. En mi búsqueda de respuestas, identifiqué tres preguntas clave: la existencia de naciones sin una base étnico-cultural homogénea, la vocación política de ciertos pueblos dentro de un Estado, y la diferencia entre la existencia de un grupo étnico y una nación. El politólogo Andrés de Blas distingue entre nación política y nación cultural para abordar estas preguntas. La nación política se fundamenta en el Estado y la ideología liberal, mientras que la nación cultural se basa en la realidad étnica y cultural del grupo.  Por otra parte, Rokkan y Urwin proponen un modelo de movilización regionalista que describe una progresión desde la integración total en un Estado hasta la demanda de autodeterminación.

En este nuevo artículo, que tiene vocación de continuidad con respecto al anterior, se tratan dos enfoques de tinte más sociológico. Las “comunidades imaginadas” de Benedict Anderson y el neonacionalismo de David McCrone.

Anderson introduce la idea de las "comunidades imaginadas", argumentando que la nación es una construcción moderna que permite a las personas sentir una conexión común sin conocerse. Las naciones son imaginadas, limitadas y soberanas, surgidas en la Ilustración como respuesta a la crisis de la religión y la autoridad monárquica. Anderson sostiene que el nacionalismo reemplazó a la religión como fuente de propósito y continuidad, aunque su teoría ha sido criticada por ser eurocéntrica y simplificar la diversidad cultural y el papel del Estado.

David McCrone, por su parte, define el neonacionalismo como un fenómeno que surge cuando un grupo social redefine su identidad dentro de un Estado nación debido a la globalización. Este neonacionalismo puede centrarse en la autonomía en lugar de la independencia total y es menos exclusivista, promoviendo una identidad nacional adaptable. Sin embargo, su enfoque ha sido criticado por idealizar el neonacionalismo, subestimar el nacionalismo tradicional y no considerar suficientemente las implicaciones económicas y políticas de estos movimientos.

Abstract

In a previous article, influenced undoubtedly by the Catalan issue, I questioned the definition of a nation from the perspective of political science. In my search for answers, I identified three key questions: the existence of nations without a homogeneous ethno-cultural basis, the political vocation of certain peoples within a state, and the difference between the existence of an ethnic group and a nation. The political scientist Andrés de Blas distinguishes between political nation and cultural nation to address these questions. The political nation is based on the state and liberal ideology, while the cultural nation is grounded in the ethnic and cultural reality of the group.

 

Rokkan and Urwin, on the other hand, propose a model of regionalist mobilization that describes a progression from full integration into a state to the demand for self-determination. In this new article, intended as a continuation of the previous one, two more sociological approaches are discussed: Benedict Anderson's "imagined communities" and David McCrone's neonationalism.

 

Anderson introduces the idea of "imagined communities," arguing that the nation is a modern construct that allows people to feel a common connection without knowing each other. Nations are imagined, limited, and sovereign, arising in the Enlightenment as a response to the crisis of religion and monarchical authority. Anderson contends that nationalism replaced religion as a source of purpose and continuity, though his theory has been criticized for being Eurocentric and for oversimplifying cultural diversity and the role of the state.

David McCrone, on the other hand, defines neonationalism as a phenomenon that arises when a social group redefines its identity within a nation-state due to globalization. This neonationalism may focus on autonomy rather than total independence and is less exclusivist, promoting an adaptable national identity. However, his approach has been criticized for idealizing neonationalism, underestimating traditional nationalism, and not adequately considering the economic and political implications of these movements.

 

Índice

La idea de nación desde la ciencia política

Las comunidades imaginadas de Anderson

Sociología del nacionalismo de McCrone, el neonacionalismo

 

La nación desde la ciencia política

Hace ya bastantes años, cuando empezó el proceso catalán hacia el independentismo, empecé a preguntarme seriamente acerca de qué es una nación; un término que damos por hecho, pero cuando lo intentamos definir como fenómeno no conseguimos establecer unos límites claros sobre qué comunidades constituyen una nación y cuáles no.

Por aquel entonces escribí un artículo en este mismo blog al que puse el título: “¡Somos una gran nación! ¿ah sí? ¡define nación!”, en el que me esforzaba por encontrar una solución a este problema acercándome desde el punto de vista de la ciencia política.

El problema se puede reducir a contestar a tres preguntas. En primer lugar, por qué hay naciones que no han necesitado ni han contado en su origen con el sustento de una realidad étnico-cultural homogénea como podría ser el caso de las repúblicas americanas. En segundo término, por qué determinados pueblos han manifestado una vocación política singular estando ya insertos en un Estado como Cataluña o Escocia y, por último, por qué la existencia de un pueblo o grupo étnico no equivale necesariamente a la existencia de una nación como los lapones de Finlandia que, al menos por ahora, no reclaman un Estado propio.

El politólogo español Andrés de Blas(1) propone, para contestar a las dos primeras preguntas, la existencia dos tipos de naciones: la nación política y la nación cultural.

La nación política no tiene como fundamento necesario la existencia de un grupo étnico. Sería el caso de algunos Estados-Nación europeos que surgieron en la Edad Moderna y, sobre todo, el caso de los Estados Unidos y las naciones de Iberoamérica que surgieron de la rebelión liberal contra el colonialismo. En este caso la nación surge en un momento histórico determinado como una referencia para soportar ideológicamente el Estado, es el Estado el que crea la nación y no al revés, y podemos afirmar que este esquema ha funcionado en muchos sitios.

En estos casos el Estado asume el carácter multiétnico de su realidad, creando lazos culturales de nueva creación o bien originarios de unos de los grupos étnicos existentes en su territorio.  Una nación de este tipo debe crear un nacionalismo específico, acorde en líneas generales con el nacionalismo liberal, un nacionalismo a la medida del ciudadano y no del particularismo étnico, se debe centrar en el individuo, su dignidad y los derechos intrínsecos de la persona.

La nación cultural o étnica tiene su fundamento en una realidad cultural que reclama como indispensable la realidad prepolítica del grupo étnico, del pueblo, basándose en la idea de que una lengua hace una cultura y ésta lleva necesariamente a la constitución de una nación. Las ideologías nacionalistas impulsoras de este tipo de nación cuentan con una notable capacidad para efectuar síntesis y sincretismo entre hechos reales y míticos, tienen un obligado gusto por la diversidad, por establecer hechos diferenciales y un inevitable entusiasmo por lo que es propio a cada pueblo.

Para contestar a la tercera cuestión, debemos preguntarnos previamente si existe un camino en la evolución desde el grupo étnico hasta la nación cultural y, en ese caso, si los lapones están en marcha hacia el desarrollo de una identidad nacional y a una aspiración a constituir su propio Estado.

Rokkan (2) y Urwin (3) han planteado un proceso de movilización regionalista que podría ajustarse a esta problemática, una especie de escalera en la que cada peldaño implica, en vez de que la fuerza de gravedad se oponga a la subida como ocurre en el mundo físico, una disminución de los apoyos sociales, por lo que la subida por la escalera hacia la independencia se hace más difícil conforme se van subiendo peldaños.

La escalera arrancaría de una entidad territorial plenamente integrada en un Estado, sin una entidad cultural separada. Aparecen las primeras asociaciones regionalistas de defensa cultural que inician la construcción de la identidad periférica.

El segundo peldaño suele ser la protesta a cargo ya de partidos políticos con un grado elevado de apoyo electoral que tratan de que se incorporen sus demandas territoriales a la agenda del sistema político central. Aparece el regionalismo propiamente dicho.

El peldaño siguiente se concreta en un mecanismo de poderes autónomos compartido entre el gobierno central y un gobierno a escala regional.

El cuarto paso, envuelto en una retórica federalista, implica una autonomía regional absoluta y una autoridad central que se ocupa de los asuntos interregionales.

El quinto escalón consistiría en el desarrollo de estructuras políticas con suficiente fortaleza para pedir la autodeterminación, los partidos que la promueven son de carácter fuertemente nacionalista.

Es esta una visión politológica que no comprende totalmente todo el problema ni creo que resuelva todos los casos, por ejemplo, no estoy seguro de que los lapones estén subiendo estos peldaños tal y como los describen Rokkan y Urwin, aunque si parecen responder a muchos casos conocidos, sobre todos los relacionados con la civilización occidental.

Vamos a completar esta visión con dos enfoques más sociológicos: Las comunidades imaginadas de Anderson (4) y el neonacionalismo de McCrone (5).

Las comunidades imaginadas de Anderson

La idea moderna de nación es una construcción reciente, contradictoria con las premisas nacionalistas que la sitúan en épocas remotas. Las afirmaciones de que la patria se remonta al pleistoceno, o incluso al mundo antiguo o medieval, son completamente falsas. Antes del siglo XVIII no existían las naciones tal como las entendemos hoy; si acaso existían, sus integrantes no eran conscientes de formar parte de una nación.

Con el desarrollo de la ideología nacionalista, inicialmente alrededor de la idea de la nación política, surgió la antítesis consistente en que el concepto de nación se había concebido para convencer a la gente de que pertenecía a una unidad de destino universal. En 1800, el filósofo alemán Johann Fichte (6) defendió un Estado centralizado que se aislara del mundo para crear un sentido de identidad nacional (Volksgeist). En 1861, poco después de la unificación italiana, Massimo d’Azeglio (7) afirmó: “Ya hemos creado Italia, ahora hay que crear italianos”. El antropólogo Ernest Gellner (8), en los años '60 del siglo pasado, escribió: “el nacionalismo no es el despertar de la conciencia de las naciones, inventa naciones allá donde no existen”. Más recientemente, el filósofo francés Étienne Balibar (9) opinó que cada pueblo es el proyecto de un proceso nacional de etnización.

En esta corriente se incluye al teórico social y político Benedict Anderson, quien sostiene que asumimos la idea de nacionalismo como algo dado con el nacimiento. Si naces en un lugar determinado, tienes una nacionalidad determinada, del mismo modo que naces con un género determinado. Anderson cuestiona toda la base del nacionalismo y define el concepto de nación como una comunidad política imaginada, inherentemente limitada y soberana.

Imaginada, porque los miembros de una nación, sin importar lo pequeña que sea, nunca llegarán a conocer a la mayoría de sus compatriotas, pero en la mente de todos ellos persiste la idea de una conexión común. Limitada, porque incluso las naciones más extensas tienen fronteras, aunque estas puedan ser flexibles y cambiar con el tiempo; si no, que se lo pregunten a Polonia. A pesar de su variabilidad, las fronteras existen. Ninguna nación ha considerado jamás la inclusión de todos los habitantes del mundo, a diferencia de las religiones. Soberana, porque generalmente reivindica para sí un Estado que le permita desarrollar su identidad entre las demás naciones del mundo.

La soberanía, dice Anderson, forma parte también de la idea de nación porque el concepto surgió durante la Ilustración. El siglo de las luces apagó en cierto modo a la religión; esta perdió el lugar incuestionable que ocupaba en la mente de la población, y ya no se aceptaba tan fácilmente que los monarcas fueran elegidos directamente por Dios para gobernar a los pueblos. El concepto de soberanía permitía la existencia de una estructura nacional sin necesidad de apelar a un dogma religioso. De hecho, las repúblicas dominan el panorama de las formas de gobierno, y las monarquías que sobreviven lo hacen reinando, pero no gobernando, en un malabarismo difícil de justificar políticamente.

Sin embargo, según Anderson, la crisis religiosa provocada por la racionalidad de la Ilustración conllevó que algunas de las preguntas trascendentes que solían contestarse desde la fe quedaran sin respuesta evidente: ¿qué sentido tenía ahora la vida? ¿Qué razones había ahora para vivir o morir? El nacionalismo proporcionó un nuevo propósito vital, un motivo para vivir -para algunos descerebrados, incluso un motivo para morir- y, en todo caso, proporcionaba un sentido de continuidad, un cielo terrenal.

La teoría de Anderson ha recibido críticas, sobre todo chirría cuando se aplica al mundo árabe, que por motivos culturales sigue definiéndose por la fe religiosa. Se le acusa de ser eurocéntrica, ya que se basa principalmente en ejemplos europeos, y de no considerar adecuadamente las particularidades de otras regiones como África, Asia y América Latina. Además, algunos críticos creen que Anderson simplifica el papel de la cultura y la lengua en la formación de las naciones, pasando por alto la diversidad y complejidad de las identidades nacionales. También se señala que su teoría subestima la influencia del Estado y las elites políticas en la creación de identidades nacionales.

Desde una perspectiva histórico-materialista, se argumenta que Anderson no presta suficiente atención a las estructuras económicas y de clase que también moldean las naciones. Su enfoque culturalista omite cómo las relaciones de producción y la lucha de clases pueden influir en las identidades nacionales. A pesar de estas críticas, la teoría de Anderson ha vuelto al debate público con la pujanza de movimientos independentistas en Europa occidental. Su idea de la nacionalidad imaginada está resultando ser tan controvertida como influyente.

Por último, sólo querría hacer un apunte jocoso: Anderson era hijo de padre inglés y madre inglesa, quienes participaron activamente en el movimiento nacionalista irlandés. Algo en su hogar tuvo que influir en él cuando les salió a sus padres tan contrario al nacionalismo.

 

Sociología del nacionalismo de McCrone, el neonacionalismo

El sociólogo escocés David McCrone define el neonacionalismo como un fenómeno que tiene lugar cuando un grupo social trata de redefinir su identidad particular en el seno de un Estado nación del que forma parte.

Según McCrone, las fuerzas económicas, políticas y culturales activadas por la globalización han coincidido con la emergencia del neonacionalismo. De manera que el Estado se ve afrontando una doble lucha: por un lado, supranacional y, por otro lado, interna.

Tanto en el caso de las identidades nacionales de la nación política como en las neonacionalistas, se forjan a partir de las mismas materias primas históricas: la lengua, unos mitos culturales, una historia singular y unos ideales sociales comunes. Cuando un número suficiente de personas invoca estas materias primas en pro de una causa común, se activa la solidaridad.

McCrone asegura que se necesita relativamente poco material histórico-mítico; bastan unos pocos símbolos culturales para galvanizar el sentimiento neonacionalista.

También señala que el sentimiento de ser distinto en el seno de un Estado puede ser el factor principal que lleva a exigir más autonomía o la independencia. Además de estas reivindicaciones, existen otros motivos como la injusticia fiscal o el reparto desigual de los recursos.

Según McCrone, el neonacionalismo y el nacionalismo se diferencian, en primer lugar, en que el neonacionalismo no necesariamente busca la creación de un estado-nación independiente en el sentido tradicional. Puede estar más enfocado en la autonomía y el autogobierno dentro de estructuras más grandes, como federaciones o uniones supranacionales.

Por otro lado, el neonacionalismo tiende a ser menos exclusivista y más inclusivo en términos de identidad, promoviendo una visión de la nación que es abierta y adaptable a la diversidad.

El enfoque de David McCrone sobre el neonacionalismo ha sido objeto de varias críticas desde diferentes perspectivas académicas y políticas. En primer lugar, algunos críticos argumentan que McCrone idealiza el neonacionalismo, presentándolo de manera demasiado positiva y sin considerar adecuadamente sus aspectos negativos. Señalan que, en la práctica, los movimientos neonacionalistas pueden seguir siendo exclusivistas y pueden fomentar divisiones dentro de la sociedad.

En segundo término, se le critica por subestimar la persistencia y la influencia del nacionalismo tradicional. En muchos casos, los movimientos que él clasifica como neonacionalistas todavía contienen elementos significativos de nacionalismo étnico y exclusivista.

Aunque McCrone enfatiza la adaptabilidad del neonacionalismo en el contexto de la globalización, algunos críticos sostienen que no aborda suficientemente cómo las fuerzas globales pueden limitar la efectividad y el alcance de los movimientos neonacionalistas.

En cuarto lugar, la definición de neonacionalismo puede ser considerada vaga y demasiado amplia. Esto puede dificultar la distinción clara entre el neonacionalismo y otras formas de nacionalismo contemporáneo.

También se ha señalado que algunos de los ejemplos empíricos utilizados por McCrone no siempre se alinean perfectamente con su teoría. Por ejemplo, los movimientos de independencia en Escocia y Cataluña a veces han mostrado tendencias más tradicionales y exclusivistas que lo que su teoría sugiere.

Algunos críticos también argumentan que el enfoque de McCrone no considera adecuadamente las posibles consecuencias negativas del neonacionalismo, como la fragmentación política, el aumento de tensiones interregionales y la potencial inestabilidad.

Por último, algunos analistas creen que McCrone no aborda suficientemente cómo los intereses económicos y las estructuras de poder influyen en los movimientos neonacionalistas. El neonacionalismo puede ser impulsado por élites económicas que buscan maximizar sus intereses, lo cual podría no beneficiar a toda la población.

En conclusión, el neonacionalismo, según David McCrone, es una respuesta a las cambiantes condiciones políticas, económicas y culturales del mundo contemporáneo. Es un enfoque que busca combinar el deseo de identidad y autonomía con la realidad de la interdependencia global.

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo

 

Notas

1.      Andrés de Blas Guerrero (San Sebastián, 1947) es un politólogo y catedrático español. Se ha especializado en el estudio del nacionalismo. Ha escrito estudios sobre el Partido Socialista Obrero Español durante la Segunda República, el republicanismo y su relación con el nacionalismo español y sobre la cuestión nacional en el continente europeo.

2.      Stein Rokkan (4 de julio de 1921 en Vågan - 22 de julio de 1979 en Bergen) fue un politólogo y sociólogo noruego. Fue profesor de política comparada en la Universidad de Bergen.

3.      Derek W. Urwin es profesor de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Aberdeen. Su trabajo se centra en la integración política y económica en Europa occidental desde la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus libros destacados es “The Community of Europe: A History of European Integration Since 1945” (La Comunidad de Europa: Una historia de la integración europea desde 1945), publicado en 1991.

4.      Benedict Richard O'Gorman Anderson (Kunming, 26 de agosto de 1936-Batu, Java Oriental, 13 de diciembre de 2015) fue un estudioso del nacionalismo y de las relaciones internacionales, y uno de los más reconocidos especialistas sobre la Indonesia del siglo xx.

5.      David McCrone es Profesor Emérito de Sociología en la Universidad de Edimburgo. Es Fellow de la Royal Society of Edinburgh y de la British Academy. Co-fundó el Instituto de Gobierno de la universidad en 1999. Ha escrito extensamente sobre la sociología y política de Escocia, así como sobre el estudio comparativo del nacionalismo.

6.      Johann Gottlieb Fichte (Rammenau, 19 de mayo de 1762-Berlín, 29 de enero de 1814) fue un filósofo alemán de gran importancia en la historia del Filosofía occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres del llamado idealismo alemán. Es el creador de la tríada dialéctica en su terminología tesis-antítesis-síntesis, que suele atribuirse a Hegel, aunque este utilizó la denominación abstracto-negativo-concreto.

7.      Massimo Taparelli, marqués de Azeglio (Turín, 24 de octubre de 1798 – 15 de enero de 1866), fue un escritor, pintor, patriota y político italiano.

8.      Ernest Gellner (París, 9 de diciembre de 1925-Praga, 5 de noviembre de 1995) fue un filósofo y antropólogo social británico de origen checo.

9.      Étienne Balibar (Avallon, Yonne, Borgoña, 23 de abril de 1942) es un filósofo marxista francés. En 1960, se licenció en la Escuela Normal Superior de París, donde fue alumno de Louis Althusser. Luego del fallecimiento de este último, se convirtió rápidamente en el máximo exponente de la Filosofía marxista francesa. Está casado con la física Françoise Balibar y es padre de la actriz Jeanne Balibar.

 

 

Bibliografía

C. Thorpe, C. Yuil, M. Hobbs, M. Todd, S. Tomley, M. Week (2016): El Libro de la Sociología, Akal Editores.

Rokkan , S. & Urwin, D. (1983): Economy, Territory, Identity: Politics of West European Peripheries, Sage

G. H. Sabine (1999): Historia de la Teoría Política, Fondo de Cultura Económica

Pastor Verdú J., de Blas Guerrero A.  (1999): Fundamentos de Ciencia Política UNED

Lloyd C. (2009): Nation-state and nationalism, The Blackwell Encyclopedia of Sociology, Blackwell Publishing

 


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