sábado, 22 de febrero de 2014

El Ostentóreo y la Declaración de Bolonia



Don Jesús Gil y Gil alcalde de la ciudad de Marbella y presidente del Atlético de Madrid

El inefable Jesús Gil y Gil (1) parió una palabra que no se encuentra en el diccionario de la Real Academia, a pesar de que el escritor Francisco Umbral (2) porfió – no sin altas dosis de ironía- por incluirla sin éxito. La palabra es “ostentóreo”. 

Y no estuvo mal Don Jesús pues, aunque fue creación involuntaria, atinó con la palabreja ya que es fusión de otras dos que si tienen sentido: ostentoso y estentóreo. Ostentoso es adjetivo sinónimo de llamativo, que llama la atención por su apariencia lujosa o aparatosa y tiene un carácter la mayor parte de las veces peyorativo. Estentóreo se dice de aquellas voces que retumban, que suenan firmes, ruidosas y fuertes. Así que la fusión de ambas podría aplicarse a personas, animales o cosas, que son aparatosas, firmes, retumbantes, con tanto boato o firmeza que te sientes apabullado y, en el caso de las personas, son tan contundentes y de opiniones tan notorias que te callas en su presencia y, las personas como yo de natural sensatas y de buen carácter, dejan pasar como pasa el viento del norte.

Pues bien, yo conozco a personas ostentóreas. En concreto conozco a un empresario, con el que me une una de esas relaciones no muy estrecha pero si continua e inevitable, que es el prototipo de la ostentoriedad. Le veo pocas veces, siempre intento evitarle o despacharle tan pronto como pueda, para evitar tener que oír opiniones tales como “todos los funcionarios son corruptos” o “si se colgara de la cuerda a uno o a dos todo sería distinto”. 

Una vez en una fiesta de cumpleaños, con un ambiente distendido de copa en la mano y tarde veraniega, en un jardín inmaculado de los alrededores de Madrid, en aquella época en la que la aplicación del proceso de Bolonia (3) estaba en el horizonte pero todavía no había llegado, dijo de manera ostentosa con su estentórea voz: “no sé por qué protestan tanto si al fin y al cabo Bolonia está muy bien, ¿cuántas asignaturas estúpidas, que te hacían perder el tiempo, estudiamos en la carrera?”.  

Su comentario mereció cierto consenso de aquellos que no lo conocían lo suficiente – al fin y al cabo todos hemos tenido asignaturas que nos resultaron odiosas - y le animaron con respuestas de aprobación lo que dio alas al ostentóreo, que encontró en el auditorio un terreno abonado a su filosofía. Después de aumentar la radicalidad de su discurso terminó con un “¿Para qué necesita un ingeniero saber de lengua?”, “¿para qué necesita un filólogo saber de matemáticas?”.

Al llegar a este punto había perdido ya las miradas de admiración y contemplé divertido los esfuerzos de algunos de salir de aquel círculo que se había formado alrededor de él. “Hombre, no está de más que el ingeniero tenga una culturilla y que al filólogo no le engañen con las vueltas de la compra” – le dije yo dándole una salida - “No seas básico, sabes perfectamente lo que quiero decir”- contestó dándome un portazo en la cara.

El ostentóreo simplificaba mucho el asunto, tenía una forma grosera de decir las cosas pero fijaba su punto de mira en uno de los debates principales que, acerca de la Declaración de Bolonia y del proceso subsiguiente, se ha mantenido en los últimos años: las consecuencias que para la formación de los profesionales tiene la especialización de los estudios que preconiza el acuerdo boloñés.

Pero empecemos por el principio, ¿qué es el proceso de Bolonia?. La Declaración de Bolonia fue un acuerdo que en 1999 firmaron los ministros de Educación de la mayoría de los países de Europa, tanto de la Unión Europea como de otros países que en general no suelen formar parte de este tipo de convenios como Turquía o Rusia. 

La idea era poner en marcha un proceso de convergencia hasta constituir en 2010 un espacio universitario común en el que las titulaciones fueran equivalentes y directamente homologables. 

Este es el Espacio Europeo de Educación Superior que - para conseguir el intercambio de titulaciones, estudiantes, profesores e investigadores – ha establecido un grupo de  medidas entre las que destacan: un sistema de titulaciones “legible” y comparable basado en tres ciclos – grado, máster y doctor – copia del sistema anglosajón al que se le atribuye virtudes incontestables, una especie de “euro académico” el llamado crédito ETCS (European Credit Transfer System) que corresponde a unas 25 a 30 horas  lectivas y que es la herramienta con la que se homologan los títulos entre países firmantes, el aprendizaje basado en una evaluación continua del estudiante y con un carácter práctico y, por último en línea con los tiempos que corren, que las universidades se financien con medios propios y que no sea el Estado el que apechugue con las facturas o, al menos, lo haga progresivamente en menor medida.

En definitiva, se trataba de globalizar el sistema educativo y eso no es esencialmente malo ni bueno, es más, si revisas los objetivos es difícil encontrar alguno con el que estar en desacuerdo. Cómo estar en desacuerdo con que el título académico de mis hijos se homologue de forma casi automática en todos los Estados de Europa o que se les evalúe continuamente en vez de jugarse la asignatura al todo o nada de un examen final.

Luego en principio debería ser un proceso este de Bolonia bueno para los países, ciudadanos y empresas, sin embargo tuvo que soportar mucha oposición de los sectores implicados. Pero claro, todo depende de cómo se hagan las cosas, también el sueño de una Europa unida era dulce y nos estamos ahora adentrando en una pesadilla “orwelesca” con unas instituciones poco democráticas y pactos a espaldas de los ciudadanos. Precisamente una de las principales críticas al proceso ha sido, como en su día expresó el catedrático de filosofía Manuel Cruz (4), la falta de un debate abierto en el que pudieran participar todos los sectores afectados sino que las autoridades académicas designaron comisiones técnicas que decidieron sobre las cuestiones esenciales del mismo, al menos en España.

Muchos eminentes sociólogos han destacado que el sistema educativo tiene como función principal, no la educación y formación de las personas que es el objetivo reconocido, sino la selección del personal con vistas al mercado de trabajo. Talcott Parsons (5), que describe el sistema educativo norteamericano, Baudelot y Establet (6), que se centran en un caso más cercano a nosotros como es el francés, destacan que este proceso de selección comienza desde la escuela primaria, en la que se realizaría una primera selección basada en el rendimiento pero con una fuerte influencia del nivel social de las familias de los alumnos. Ya hemos visto en otros artículos que las aspiraciones educativas reciben la influencia de los padres y del grupo de compañeros. Los padres de clase alta suelen animar más  sus hijos a ir a la universidad y les proporcionan modelos de rol que les llevan a tener aspiraciones educativas altas (7).

En la educación secundaria se efectuaría la bifurcación definitiva entre los que van a proseguir los estudios y los que se van a competir al mercado de trabajo, en este proceso de selección vuelve a influir de manera primordial el estatus socioeconómico de las familias. 

Pero, ¿ahí termina la selección?. Evidentemente no, la selección continúa en la universidad. Bowles y Gintis (8) aseveran que los empleadores han aprendido por experiencia que las credenciales académicas actúan como sucedáneos de las cualidades que ellos consideran importantes. El credencialismo es un buen predictor del nivel de desempeño que el futuro empleado puede llegar a ofrecer, además es legal pues los títulos están reconocidos por el Estado y existe un amplio consenso social para su aplicación, a lo que habría que añadir que son muy baratos para las empresas pues es el Estado y las familias las  que se hacen cargo de los costes. Ahí está la raíz del fenómeno que popularmente se ha conocido como “titulitis” y de manera más profesional como credencialismo (9).

En este sentido, el proceso de Bolonia, podría plantearse como una vuelta de tuerca en este sistema de selección de personal. Veamos, el nuevo sistema ha supuesto un aumento de la especialización de las titulaciones. Uno de los objetivos de la reforma era la racionalización y reducción de las titulaciones, sin embargo el número de titulaciones distintas se multiplicado por tres, ¿por qué?. Pues porque el objetivo real perseguido era la especialización de los estudios. 

Por ejemplo, anteriormente existía un único tipo de ingeniero informático con una formación general, cuando llegaba a la empresa se especializaba por ejemplo en ingeniería del software y más concretamente, en programas de gestión de empresas. Gran parte de esa especialización corría a cuenta de la empresa, mediante cursos de formación específica y mediante la participación en proyectos concretos, dado que en vez de cobrar por un analista “senior” se tarifaba por un analista “junior”, o bien, engañaba al cliente dando gato – “junior” – por liebre – “senior” -. Si con el nuevo sistema de Bolonia se crea una titulación de grado en ingeniería de software, parte de esa formación posterior en la empresa no es necesaria. Si se crea una titulación de grado de ingeniería del software en gestión de empresas, todavía es menor el coste de formación por parte de la empresa. Y, ¿sobre quien recae el coste?, sobre los que pagan la matrícula universitaria: la familia y el Estado. Y como el Estado está en franca retirada en esto de pagar en cuestiones sociales – eso ya no se lleva - pues la gran perjudicada de todo este asunto es la familia que sufre una subida continua de las tasas académicas.

Por eso no es de extrañar que en 1995 – cuatro años antes de la Declaración de Bolonia -, la European Round Table of Industrialists o Mesa Redonda de los Empresarios Europeos que es un lobby que agrupa a las empresas multinacionales europeas, publicó un informe en el que se presentaba su visión sobre los procesos de educación y aprendizaje cuyas aspiraciones se acercan mucho a las conclusiones del acuerdo final. De esta manera la visión crítica frente al proceso de Bolonia afirma que el poder económico europeo, formado por éste y otros lobbies, ha sentado las bases de la reforma universitaria. Para los críticos, esta reforma al servicio y mayor gloria de la empresa privada, se ha querido camuflar entre los cambios que se juzgan positivos por la mayoría de los actores implicados.

El caso es que puede ser que la reforma sea buena para las empresas, pero, ¿lo es para las personas?. El gran sociólogo francés Pierre Bourdieu (10) hablaba de títulos de nobleza escolar y los definía como aquella titulación académica que aparte de garantizar formalmente una competencia específica – como el título de ingeniero – garantizaba la posesión de una “cultura general” tanto más considerable como prestigiosa era la titulación. Bourdieu ponía el ejemplo de que, en Francia, los títulos de las “Grandes Ècoles(11) garantizaban una competencia que se extendía mucho más allá de los que se suponía que garantizaban. Todo ello porque se exigía de manera tácita a los poseedores de esos títulos que se hicieran con esa cartera de conocimientos aunque no se exigiera formalmente. Esto está en la antítesis del ingeniero iletrado que preconizaba mi ostentóreo conocido y parece que también está en la antítesis de lo que preconiza la reforma de Bolonia. Me gustaría saber de qué manera han gestionado en las “Grandes Ècoles” parisinas las reformas derivadas de la Declaración de Bolonia, supongo que habrán incrementado la parte tácita de las exigencias culturales. En cualquier caso, una mayor especialización lleva a alejar los estudios universitarios de los títulos de nobleza escolar hacia títulos académicos plebeyos. El que quiera nobleza cultural, o simplemente una culturilla general, que se la pague.

Pero voy a ir un poco más lejos. Si algo demuestra el funcionamiento de la sociedad del siglo XXI es que el entorno general en el que vivimos es terriblemente cambiante, dinámico, muy dependiente de la moda y del último grito y no estoy hablando solamente del vestido, hablo de todos los sectores sociales,  y el mercado de trabajo no es una excepción. Me gustaría saber en qué academia militar estudió el general chino que dirige esa mítica división de ciberguerra que dicen que hay en Shangai, probablemente fue cadete de caballería. El licenciado en derecho, farmacia, sociología, informática o medicina que no está al corriente de lo que se cuece en su profesión, que no lee revistas especializadas ni realiza cursos de puesta al día queda completamente desfasado. 

El mercado de trabajo está sujeto a vaivenes continuos, hoy se necesitan fisioterapeutas pero mañana pueden ser bromatólogos o neurocirujanos o fontaneros. Pero dentro de una misma profesión también ocurre, volviendo al ejemplo de antes, el perfil de un ingeniero de software cambia continuamente según el paradigma de desarrollo en boga en ese momento o el tipo de aplicación informática que se necesite, ahora por ejemplo están muy de moda las aplicaciones para dispositivos móviles. Por lo tanto, en un mundo tan cambiante, la especialización excesiva puede conducirte directamente a la cola del paro, simplemente porque la especialidad en la que eres experto ha dejado de tener interés económico. Puede resultar que para prepararte para el futuro y blindarte ante los cambios del mercado de trabajo tengas que hacer varios grados diferentes, o combinaciones de grados y másteres, que te den acceso a especialidades distintas.

Así que el proceso  puede ser bueno para las empresas pero no parece que sea tan bendito para las personas y las familias. Y esto me preocupa, porque mis hijos están en edad de merecer y me tendré que rascar el bolsillo para financiar estancias largas en la universidad, un bolsillo muy raído por la crisis. Otros habrá que no puedan pagarlo cuando antes sí podían. Como decía mi madre: “no tengo propiedades ni fortuna yo sólo podré dejar a mis hijos una cultura”. De eso se aprovechan, los padres intentamos dar a los hijos la mejor formación posible e intentar dotarles de recursos ante un mundo que estamos dejando a las nuevas generaciones, tan hostil y cambiante, tan amante de los poderosos, buscón del beneficio a corto plazo por encima de todo y de todos.

Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo y padre
Notas:
  1. Jesús Gil y Gil fue alcalde de Marbella y presidente del Atlético de Madrid C.F. Para obtener más información pulsa aquí.
  2. Francisco Umbral fue escritor y periodista español miembro de la Real Academia. Para obtener más información pulsa aquí.
  3. Para obtener más información acerca del Proceso de Bolonia pulsa aquí.
  4. Manuel Cruz es catedrático de filosofía de la Universidad de Barcelona. Para obtener más información pulse aquí
  5. Talcott Parsons fue un sociólogo norteamericano, máximo exponente del Funcionalismo Estructural, para más información pulsa aquí
  6. Christian Baudelot es un sociólogo francés especializado en sociología de la educación. Para más información pulsa aquí. Roger Establet es un sociólogo francés especialista en sociología de la educación. Para más información pulsa aquí.
  7. Ver el artículo en este mismo blog “Investigación sobre el logro de las personas”.
  8. Samuel Bowles es un economista norteamericano profesor de la Universidad de Massachusetts para más información pulsa aquí. Herbert Gintis es matemático, y economista norteamericano, profesor de la Universidad de Massachusets. Para más información pulse aquí.
  9. El credencialismo es un término usado para describir, a menudo despectivamente, la excesiva dependencia de las credenciales, por ejemplo los títulos académicos, a la hora de la asignación de roles o estatus social.
  10. Pierre Bourdieu fue un sociólogo francés, una figura destacada de la sociología de la segunda mitad del siglo XX. Para obtener más información pulsa aquí
  11. Grandes Ècoles son establecimientos públicos y privados franceses de educación superior en los que se forman a las élites de ese país. Para más información pulsa aquí
Bibliografía
La Distinción
Títulos y cuarteles de nobleza cultural
Pierre Bourdieu
Editorial Santillana
Madrid 1998

El fracaso universitario en la Universidad Politécnica de Madrid
Juan Carlos Barajas Martínez
Web de Sociología de Carlos Manzano

La investigación sobre los logros de las personas
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociología Divertida

La descomposición de la universidad
José Luis Pardo
Diario El País 10/11/2008

Licencia Creative Commons
El Ostentóreo y la Declaración de Bolonia por Juan Carlos Barajas Martínez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario